domingo, 2 de junio de 2013

Sueños zombi 2

Era tarde, mis hermanas y yo caminábamos a la salida de Ciudad Universitaria.
Concluído el día escolar, no había cosa más hermosa que caminar por los jardines de la Universidad, a esa hora del atardecer los ratos del Sol iluminaban de anaranjado las hojas de los árboles. Era un espéctaculo hermoso.

Caminábamos las tres juntas. Ibamos hablando de lo que había pasado a lo largo del día y no poníamos mucha atención a las personas que se cruzaban en nuestro camino.

Al llegar a las puertas de CU, escuchamos un ruído. Una queja de alguien que ha sido lastimado.
Nos detuvimos, escuchamos y seguimos caminando.
Cada paso que dábamos nos acercaba más a esa persona, pero no lográbamos ver nada.

Unos metros más adelante, fuera de CU había una especie de jardín undido, ahí lo vimos.

Eran un hombre joven, de nuestra edad. No podía tener más de 25 años.
Estaba acostados sobre el cesped y el cuello... ¡oh dios mío! estaba completamente desgarrado.

Él intentaba comunicarse, quería decirnos algo pero no lográbamos entender nada.
Comenzamos a pedir ayuda y poco a poco los estudiantes que se paseaban por ahí se acercaron.
Unos tipos bajaron al jardín para sacarlo, pero cuando intentaron levantarlo el joven herido dió matozasos y los alejó de él.

Alguien llamó al hospital para pedir una ambulancia, pero después de un buen rato no había rastro de ella. Nos quedamos ahí, pasaba el tiempo y el chico se tranquilizó un poco y entonces pudo hablar.
-Déjenme- dijo- ¡No sean tontos, váyanse de aquí!- sus ojos eran terror puro, mientras hablaba le salía sangre por la boca.
-Ya pedimos ayuda, no debe tardar...- respondió alguno de los espectadores.
-No lo entienden...- el joven lastimado comenzó a toser de una forma horrible que todos nos hicimos para atras. -Las cosas se van poner muy mal. Vayan...a casa. Salven sus vidas.- Todos creímos que estaba loco, que comenzaba a delirar. -Van a sotarlo...y cuando lo hagan todo se irá a la mierda- cada vez que hablaba su voz era más baja, apenas podíamos escucharlo.

Varios nos miramos. Una chica dijo "pobre loco". Y alguien más le preguntó -¿A qué te refieres? ¿qué van a soltar?
El herido gritó con todas sus fuerzas - ¡Lárguense idiotas! ¡Déjenme! Vayan a casa y cierren todo...o van a morir.
El herido siguió repitiendo esto último con voz muy debil. Esa frase nos asustó a todos y comenzamos a movernos en difentes direcciones. Algunos que iban a clases decidieron no ir, y mejor se regresaron a sus casas.
Mis hermanas y yo, caminamos juntas a toda prisa. Aterradas. No sabíamos si el tipo estaba loco o no, pero mejor no arriesgarse. Nos fuímos a casa.

*

San mateo Xalpa, es un pueblo pequeño al sur de la Ciudad de México. Ahí vivíamos.
Ya no tenía la apariencia estricta de un pueblo, pero algunos días aun pordían verse borregos y caballos caminando por las calles.

Ya había caído la noche cuando llegamos a casa.
Tuvimos que bajarnos un poco antes del camión y seguir a pie.
La calle estaba muy tranquila, eran las 7pm y no había rastro de autos. Todo era silencio.
Teníamos compañía de algunas personas que tambien tuvieron que bajarse antes. Nadie decía nada.
El único ruído eran nuestras pisadas.

Depronto en la dirección contraria a la que caminábamos apareció un autobus. Iba lleno de gente, muy lleno en realidad. Había personas que viajaban en el techo del camión.
Algunos llevaban palos en las manos. Todos iban gritando, aparentemente de alegría.

Los que caminábamos, seguimos con la mirada al camión, pero no le dimos mucha importancia.
Nadie dijo nada.

Un par de minutos después, apareció un segundo camión. Igual al primero iba lleno de gente, todos gritando, y entre todos los gritos se distinguó - ¡pobres idiotas! ¡están muertos! - y muchos comenzaron a reírse.

Eso nos hizo parar. Esta vez si hablaron -¿qué está pasando?- preguntó un señor, pero nadie le contestó. Solo siguieron las risas.

Pasó un tercer camión y atrás de él, una multid de gente corriendo y pidiendo a gritos que los dejaran subir. Había gente de diferentes edades, niños incluso. Todos corriendo y en sus rostros solo se distinguía miedo.

Algo no estaba bien. Nos asustamos. Intentamos detener a alguien para que nos dijera qué pasaba, pero nadie se detuvo.

Pasó la gente corriendo y pasaron dos camiones más. Después nuevamente silencio. Pero ahora era un silencio aterrador. Nadie se movió, estuvimos ahí unos minutos, sin decidirnos a ir a casa o a seguir a los camiones.

-¡Alguien viene!- dijo una señora. Miramos en la dirección de donde habían venido los camiones y sí, unas cuantas personas venían caminando. Es sus rostros nuevamente se veía miedo, pero caminaban silenciosos.

Un joven que encabezaba al grupo de personas se detuvo al vernos. - No vayan. Han soltado algo que cambia a las personas y todos estámos huyendo.

Mientras hablaba, observé a las personas que venían con él y ahí econtré a mi madre. No sé qué había pasado con los demás pero ella estaba ahí. Caminé junto a ella y mis hermanas me siguieron.

Mamá no dijo nada, tenía mucho miedo.

-Acabamos de ver pasar camiones con mucha gente dentro ¿a dónde van? - preguntó una chica.
-No lo sabemos. Había un mensaje en la radio que ofrecía ayuda, pero creemos que es una trampa. Parece que todos los que viajan en esos camiones serán usados para esparcir un virus. No se suban a los camiones. Nosotros nos vamos, no sé a dónde. Queremos ocultarnos donde sea.

-Pero...-quizó continuar la chica, pero él lider del grupo no la dejó.
-No podemos quedarnos en las calles, cuando... esas personas infectadas son peligrosas. Ya vimos como matan a la gente, parece...rabia. Se los comen.

Todos nos miramos.

-Pueden venir con nosotros, no sabemos qué pasará pero trataremos de seguir con vida. Si quieren ir al pueblo, pueden hacerlo pero es bajo su propio riesgo. Nosotros no vamos a regresar.

En silencio se decidió. Caminamos en un solo grupo siguiendo a ese joven y a otros dos.

Caminamos toda la noche y al amanecer....

*

Al amanecer aparecieron los primeros infectados.

Estábamos muy cansados y nos habíamos sentado en las banquetas un rato.
Un niño que anbada jugando con  un bote los vió. Al instante todos nos pusimos de pie y comenzamos a correr.

Algunas personas, que se quedaron resagadas fueron capturadas por ellos.
Eran humanos sin duda, pero parecía que se estaba pudriendo. Tenían uñas largas, la piel les colgaba y sus ojos...estaban muertos.

Con las uñas rasgaban la piel de sus víctimas, los mordían en el cuello, lamían la sangre y se los comían a mordidas.
Cuando alguno de ellos capturaba a alguien, todos los demás infectados se iban sobre la misma persona. Alcancé a ver como a una mujer le abrían el vientre y comenzaban a sacarle los intestinos, se peleaban por ellos.

No pude más. Corrí como loca detrás de mi gente.
Tocábamos puertas esperando que alguien nos abriera. Nadie abrió, o todos se habían marchado en los camiones.

Seguimos corriendo sobre la calle inclinada. Mucha gente adulta no podía más y por suerte, llegamos a una casa donde una viejita nos abrió y nos dejó pasar a todos.

Entramos desesperados, todos entramos en la primer habitación que vimos.
La señora cerró la puerta de la calle y nos siguió.

A lo lejos, y através de la rejas cubiertas por una enredadera del jardín, vimos como los infectados pasaban con su lento andar, se escuchaban gritos de agonía de algunas personas que se habían quedado en el camino.

Nos olían. Nos dimos cuenta porque todos se quedaron frente a la casa de la anciana, estuvieron un buen rato ahí, parados, confundidos. Esperando.

Pasáron nuevamente camiones llenos de gente y entonces ellos abandonaron la guardia frente a la casa y los siguieron.

*

La reja del jardín daba a la calle, pero la enredadera la cubría por completo.
Después de una hora de estar apretujados en la misma habitación decidimos salir.

Teníamos miedo de que ellos lograran vernos, y cuando salimos al patio nos dirigimos a la parte trasera de la casa.

Eramos aproximadamente ciencuenta personas.

La anciana sabía lo que pasaba afuera, pero decidió quedarse en su casa y no salir a la calle pasara lo que pasara.Sú única compañia era un viejo perro pastor alemán que tambien tenía dificultades para moverse.

Nos dió agua, no había más.

Muchos se acostaron en el cesped para descansar, algunos se durmieron y otros no pudimos dormir, la angustia de saber que corríamos peligro nos hacía estar alerta.

Al medio día, la paz que había tomado lugar en la casa y en la calle desapareció.

A lo lejos escuchamos algo muy raro, como un zumbido que cada vez se hacía más fuerte.
Uno de los líderes del grupo se acercó a la reja de la calle a observar y lo que vió no era nada bueno.

Una procesión de infectados venían arrastrando los pies lentamente.
No sabemos de dónde habían venido ni cómo se habían juntado tantos en un solo grupo, pero ahí estaban. Amenazantes. Hambrientos.

El miedo comenzó a instalarse en nuestro grupo. Los niños comenzaron a refugiarse con los adultos y algunos a llorar. Intentamos guardar silencio, nada de ruído para no llamar la atención.
Estaba funcionando. Ellos pasaban frente a la casa sin notar nuestra presencia.

Nos habíamos olvidado del perro hasta que comenzó a ladrar. Entonces sí pusieron atención a la casa.
Comenzaron a amontonarse frente a la puerta de la calle, se pisaban y empujaban. Golpeaban la puerta cada vez más insistentes. Los golpes y los lamentos de ellos eran insoportables.
La puerta se vendría abajo en cualquier momento.

No podíamos quedarnos ahí. Poco a poco comenzamos a saltar el muro de la parte trasera de la casa. La anciana no quizó acompañarnos, se encerró con su perro en el sótano de la casa.

Nos fuimos. Corrímos nuevamente por esa calle inclinanada. Más adelante no había casas, a los lados de la calle había terrenos valdíos.
Corríamos, nadie mirába atras.

Estabamos desesperados porque no había lugar en dónde resguardarnos, los infectado habían seguido nuestra carrera y algunos al no controlar su cuerpo, caían rodando por la calle.
Era horrible, todos caían y teníamos que evitarlos. Si se agarraban a un pie y te mordían estabas perdido.

Seguimos corriendo, y ellos nos seguían.

Llegamos a una colonia donde encontramos un convento que parecía abandonado. Nos refugiamos ahí. En cuanto cerramos la puerta nos tiramos al piso, no podíamos más.

Por fortuna la contrucción era completamente de piedra, los muros eran muy altos y la puerta de madera era enorme y gruesa.

Ningun infectado nos vió.

Solo habíamos llegado treinta personas.

*

Los infectados siguieron multiplicándose.

Pasaron los días y cada vez era más difícil sobrevirir, la comida se agotaba.
No podíamos salir porque las calles estaban llenas de ellos, y si descubrían el refugio estaríamos perdidos porque ahora no había una salida trasera.

En la semana tres, ya no había nada de comer. Solo agua.

Estábamos en una habitación hablando unos pocos, cuando vimos que en el patio caía algo que parecía un murciélago gigante.

No teníamos con qué defendernos y creímos que los que inciaron el caos por fin nos habían encontrado y habían venido por nosotros.

Nos equivocamos.

Alguien, no sabemos quién, había dado con nosotros. Y lo que encontramos en el patio  era una especie de paracaídas, y lo que cubría era una cesta con comida.
Desde ese día cada semana nos llegaba una.

No volvimos a salir a la calle. Cada vez que nos asomábamos los veíamos a ellos rondar sin rumbo. Al principio eran muchos, después pocos. No sabemos si terminaron muriendo de verdad o fueron a buscar comida a otro sitio.

El convento se convirtió en nuestro hogar y aqui seguimos esperando el final.