miércoles, 29 de agosto de 2012

Ponguini

Siempre que escribo algo aqui en el blog, me propongo continuar y no dejar este espacio abandonado tanto tiempo, sin embargo, desde que terminé la Universidad el tiempo libre del que disponía antes ya no es el mismo, y eso que aun no trabajo "en forma".

Sé que esta entrada no tiene nada que ver con libros, pero algunas circunstancias personales que han pasado los últimos días me obligan a distraerme y no llenar mi mente de tonterías que... me lastiman.
Asi que hoy les platicaré de mi perro, que mas bien como dice mi hermana es mi hijo peludo.

Pongo tiene 5 años, es un dálmata macho y el próximo lunes 3 de septiembre cumplirá tres meses en casa.

Pongo llegó a casa gracias a que una de mis hermanas en su Facultad encontró un anuncio en donde lo daban en adopción, y lo que le llamó la tención antes de que obviamente es un perro con buen porte es que es especial. No escucha.

Mi hermana emocionada llegó a casa con la hoja de los datos del propietario y nos lo mostró, todos (bueno he de ser sincera que mi papá no lo quería) quedamos sorprendidos y platicamos si adoptarlo o no, y es que un dálmata es un perro grande, comen mucho, tiran pelo.... además en casa ya teníamos a una perrita.

Lo platicamos, sabíamos que de adoptarlo las responsabilidades aumentarían, los gastos también, pero sobre todo el gran reto era educarlo con su sordera. Considerando todo decidimos hacerlo y me comuniqué con el dueño.

El chico que me contestó resultó ser un veterinario que se dedica a salvar a los perros de la calle, él me platicó la historia de cómo Pongo llegó a su casa; lo encontraron vagando en un parque en compañía de una dálmata, y después de investigar resultó que la perrita era su madre y los habían echado de un criadero, ya que por el problema genético de Pongo sus hijos tendían a ser sordos. El chico logró que ambos perros lo siguieran a su casa y ahí los metió. Los tuvo un tiempo pero sus gastos  eran muchos y el espacio no era suficiente para todos los perros, así que comenzó a buscarles hogar.



Lo dió en adopción a una chica, pero después de un mes se lo regresaba porque decía que había matado a su gato, por lo cual lo encerraron en un cuarto donde no lo atendían, no lo limpiaba ni lo alimentaban bien, ya que cuando lo regresó venía muy desmejorado.

Hablamos de todas las situaciones y me dejó considerarlo un par de días, ya que tratar con un perrito que no escucha es bastante complicado, pero nosotros lo queríamos, así que un 3 de junio decidió dármelo, con la promesa de que si no llegábamos a adaptarnos a él se lo regresaríamos.


Asi que llegó Pongo a casa, asustado y con mucha desconfianza. Investigó el patio de la casa, las plantas... y de inmediato se hizo amigo de Gen, nuestra perrita.

El primer mes fué complicado porque es un perro joven e hiperactivo, no se está tranquilo ni un solo momento del día, corría por todos lados, se hacía pipi por todos lados, destruyó su cama y su casa, mordisqueó las plantas de mi mamá y las tiraba.
Como no escucha, el chico nos dijo que imitaría a la perrita en casi todo, y si, pero resultó que solo imitaba sus travesuras. Gen que hasta entonces había sido muy tranquila se volvió más latosa y Pongo... era imparable.
No sabíamos cómo hacerle entender qué no debía hacer, aunque sabemos que no nos escucha nosotros le hablamos normal pero obviamente no hace caso.



Mi mamá comenzaba a desesperarse porque se estaba quedando sin plantas, mi papá no terminaba de aceptarlo y para todos se nos hacía difícil que no escuchara.
Con temor les pregunté: ¿lo regresamos?, y para mi sorpresa la respuesta fué no.

Decidimos darle una oportunidad más, porque estábamos seguros que un perro con una discapacidad tiene muy pocas posibilidades de encontrar un hogar permanente y Pongo merecía tener una casa donde lo quisieran, no lo maltrataran y le tuvieran paciencia.

Todo salió bien porque a lo que nosotros nos sobra es paciencia. Gaby mi primo de 7 años es un niño con síndrome de Down y además es hiperactivo, así que creo que esa práctica nos ayudó.

Logramos hacer que Pongo fuera menos latoso, obviamente eso no se le quitará nunca pero se comporta mejor. Cuando hace alguna travesura sabe que le tocan sus nalgadas y corre como loco, porque sabe qué hizo; ya no hace pipi por todos lados, ahora al igual que la perrita ocupa un mismo sitio, y las plantas de mi mamá lograron sobrevivir aunque aun se ven los mordiscos.

Como tenían una cama para cada quien y destruyeron una entre los dos perros, como castigo les tocó compartir la que queda y como ya aprendieron que no deben morder su cama próximamente les espera un regalo.

Pongo ama jugar con las pelotas, y cada día jugamos con él, a ratitos.
Aun no se acostumbra a la calle, lo sacamos a pasear regularmente pero se pone nervioso y le teme a los autos, supongo que es por el tiempo que aunduvo en las calles.

Mi papá terminó amándolo tambien, y es que es imposible no hacerlo. Pongo se ha vuelto parte de la familia y con todo y sus travesuras que aveces sigue haciendo lo queremos.

Me parece que él mismo se ha dado cuenta que esta casa es suya y que no lo echaremos a la calle porque, cuando recíen llegó lo acariciábamos y él se quedaba como congelado, pero ahora nos responde pégandose a nosotros o brincando.

Hay algo bien padre entre Pongo y yo, aveces cuando anda paseando por el patio me ve y se acerca a la ventana, se queda mirando y cuando yo pongo mi mano abierta pegada al vidrio él sube su pata y la pega con la mía.... es algo hermoso y es algo que solo hace conmigo (obviamente después me toca limpiar la ventana).

Pongo está seguro aqui, porque lo amamos.