martes, 10 de enero de 2012

Primer lugar del 6° concurso MF.

 LOS OJOS DE CARMINA


La conocí cuando era una niñita apenas, y aún desde entonces supe que había algo especial en ella. Sin embargo, era tan pequeña que apenas si me prestaba atención, no le interesaba lo que podía encontrar en mí, y hacía lo correcto; la vanidad no hace mucho bien cuando se presenta desde tan temprana edad.
Pero resulta que mi querida Carmina fue creciendo, y poco a poco sus encantos le fueron revelados por mí: sus enormes ojos castaños, sus carnosos labios, sus mejillas sonrosadas, su graciosa naricita y su roja, larga y rizada cabellera era lo primero en lo que uno caía en cuenta. Había que ver más de cerca, con mayor detenimiento, para percatarse de lo que había dentro de ella: eso era lo que la hacía realmente especial.

Siempre andaba corriendo, apenas si se miraba al espejo para cerciorarse que no haría el ridículo en la calle. Hasta que una tarde regresó del colegio con los ojos llorosos y la nariz roja; es que el muchacho del que estaba enamorada se había conseguido novia… y obviamente no era ella.
Se sentó en la sillita del peinador y lloró y lloró y lloró, hasta que la noche cayó y sus ojos se secaron. Sólo entonces alzó el rostro y se miró en mí.
-Con justa razón no me quiso, ¡soy tan fea! Y ella tan bonita.
Hizo un puchero, cerró fuertemente sus ojos y empezó a sollozar, pero solamente una lagrimita rodó por su mejilla derecha.
Yo moría de ganas por decirle ¡que estaba completamente equivocada! Que ella era hermosa de pies a cabeza, desde la piel hasta el corazón, pero ¿cómo podía hacerlo?
De pronto abrió sus ojos y se miró… ¿o me miró? Aún no estoy muy seguro, el punto es que sus ojos irradiaban una luz tan maravillosa y a la vez extraña.
Me perdí. Me perdí en los colores de sus hermosas orbes castañas, en los destellos que podía ver a través de sus pestañas, en lo que me contaban…

Era tanta la luz que me costaba distinguir lo que había a mi alrededor. Me tomó un buen rato acostumbrarme a tanta luminosidad pero cuando por fin pude mirar sin problema alguno me di cuenta de que no era más que la luz del sol que entraba a la habitación. Era un lugar muy rústico, sin embargo, al mirar bien pude distinguir sobre el peinador varios objetos con hermosas piedras incrustadas o cuyo brillo dorado relucía con los rayos solares que se colaban en el lugar. Estaba realmente sorprendido, ¡ésta definitivamente no era la habitación de Carmina! Supuse que lo que había frente a mí era como una especie de colchón y vi una silueta recostada sobre él. Todo era tan silencioso y tranquilo, pero muy raro a la vez.
Al poco tiempo la figura se levantó: era una joven mujer, de cabellos muy negros y lacios. Se estiró, y la sombra de su delgada silueta se proyectó sobre el suelo de la habitación. Caminó hacia la ventana. La luz le obligó a cubrirse los ojos con sus exquisitas manos, pero al notar que no era suficiente decidió mejor retirarse de ahí; fue cuando me vio. Sus ojos se abrieron como platos en señal de sorpresa y corrió hacia dónde yo estaba. Miró su reflejo en mí y se llevó una mano a la boca. Lucía realmente emocionada, pero ¿por qué? En ese momento, con tremendo cuidado, me tomó delicadamente y alzó frente a su rostro; hizo un pequeño gesto como de desaprobación, luego se acomodó el cabello con una mano y entonces sonrió.
-¿Te gusta? Es para que ya no tengas que salir a mirarte en el agua cristalina de la fuente del jardín-dijo de pronto una voz suave y melodiosa
-¡Es muy hermoso! ¿Cómo lo has conseguido?
-Lo trajo para ti Abai, el comerciante.
-Él siempre tiene cosas muy lindas para vender.
-Vende lo mejor, y eso es lo que merece mi hija.
Una mujer se acercó y la besó en la mejilla.
No la pude distinguir muy bien, sólo pude ver su perfil derecho, y con eso me fue suficiente para apreciar esa peculiar belleza que confiere la maternidad. La chica no dejaba de mirarse en el espejo, aún cuando su madre le hablaba y hablaba.
-¿Qué es lo que te gusta tanto, el espejo o lo que ves en él?-le preguntó.
Ella rió y entonces la miró.
-¡Ambos! Y mira que detalle tan bonito: tiene a la diosa Bastet en el mango.
-Me tengo que ir, pero por favor no vayas a pasar todo el día mirándote en ese espejo, Chione, o comenzaré a lamentarme el haberlo traído acá.
La chica con cierta pena, me dejó en el lugar que ocupaba antes. Escuché pasos ir y venir, voces entrar y salir, pero después de un momento nuevamente estuve entre sus manos. Probablemente habrán sido horas las que se estuvo contemplando en mí; creo que estaba más cansado yo de verla que ella de mantener los brazos levantados.
Su piel lucía sumamente suave, y era de un color apiñonado. Tenía unos labios delgados pero muy sonrosados, sus mejillas tenían un saludable color y sus ojos cafés eran tan… tan familiares; ese color, esa forma, las pestañas tan largas y curvas… ¿Carmina?
-Chione, tu padre quiere verte- era una voz muy distinta a la anterior, más aguda y un tanto tímida.
-¿Cómo?- preguntó la joven apenas poniendo atención a la mensajera.
La respuesta se hizo esperar un poco.
-El faraón pide tu presencia inmediatamente.
El temor apareció en el rostro de la chica, quien rápidamente y sin cuidado alguno me dejó caer y salió.
A partir de entonces no vi mucho, salvo el rostro de mi vanidosa dueña. Sin embargo, una noche escuché ruidos, gritos y sollozos en el lugar. No sabía que estaba pasando, y eso me ponía realmente nervioso; todo era oscuridad, y cuando la habitación fue débilmente iluminada me percaté de que Chione no estaba. Todo era muy raro, realmente estaba desconcertado.
A la mañana siguiente ya cuando el sol estaba por caer, escuché pasos lentos entrar a la habitación. De inmediato reconocí las suaves manos que me sostuvieron en el aire. Vi el rostro de Chione, con los ojos llorosos e hinchados, las mejillas sin color alguno y los labios resecos y partidos. Lágrimas seguían cayendo por su rostro e hipaba tanto que apenas podía hablar.
-Ayer por la noche mi madre murió: dicen que fue picada por un escorpión, pero nadie sabe explicarlo con exactitud. ¡Estoy tan triste! La quiero de vuelta, ¡la quiero conmigo!-comenzó a llorar ruidosamente. De verdad le dolía el corazón, había sido un golpe muy duro para ella.
De pronto el llanto cesó. El dolor desapareció de su rostro y entonces pude notar cierta confusión en sus ojos; parecía como si miraran… al infinito, a un lugar que no estaba ahí, aunque ella lo veía.
-Mi padre quiere desposarme- su voz sonaba escalofriantemente serena-. Quiere que sea la nueva Gran Esposa Real. Tengo miedo- sus ojos nuevamente se humedecieron-¿qué puedo hacer yo? Es demasiado, es… ¿cómo voy a sustituirla? Ella era…
El llanto la ahogó. Me apretó contra su pecho; sentía el latir de su herido corazón. Me colocó de nuevo sobre la mesita, esta vez con una delicadeza extrema, se alejó y la escuché rebuscar y remover entre algunos objetos. A los pocos minutos regresó, y me envolvió con un suave trozo de tela. Y ya no la volví a ver.
Escuchaba ruidos amortiguados de vez en cuando; llanto muy seguido y uno que otro grito furioso.
Hasta que una tarde vi la luz; por instantes me sentí cegado, pero en cuanto escuché su voz, sinceramente me emocioné. Seguía siendo muy hermosa, con la diferencia de que ahora sus facciones denotaban cierta madurez prematura, y su cara era un tanto más rechoncha. Y a pesar de que sus ojos seguían siendo profundamente castaños, se podía ver claro resentimiento en ellos. Pero, ¿a quién me recordaban esos ojos?
-No me atrevo a mirarme más en este espejo. Fue un regalo de mi madre, y ahora que he usurpado su lugar no me siento capaz de rendir cuentas ante su recuerdo.
Me bajó hasta su abultado vientre, y acariciándolo dijo- Mira que regalo tan hermoso te ha dejado la abuela, ¿prometes cuidarlo como a tu propia vida? Ella, desde dónde está, te cuidará a ti- volví a mirar su rostro-. Ella era buena y sé que nos perdonará.
Esa noche escuché cada gemido, grito y pujido que se dio durante el trabajo de parto. No había palabras de aliento, nada más que suspiros cansinos. Finalmente se dio el esperado llanto de vida, seguido de curiosos susurros. Una voz áspera dijo:
-Lleva a la niña con el faraón… y de paso avísale que la Gran Esposa Real ha muerto.
“¿Qué?” pensé “¡Chione! ¡Chione despierta!”. Mi vista comenzó a nublarse, todo daba vueltas. ¿Qué estaba pasando?, ¿qué sucedió con Chione?

Tenía los ojos desmesuradamente abiertos y la piel tan pálida como el jarrón de porcelana ubicado sobre su mesita de noche que contenía unas bellas rosas. Rápidamente se puso en pie y se alejó lo más que pudo de mí. Luego corrió escaleras abajo.
Durante los siguientes días parecía como si me estuviese ignorando, evitaba hacer cualquier contacto visual, procuraba no estar muy cerca de mí y si tenía que mirarse en el espejo prefería hacerlo en el del estuche de su polvo compacto. Hasta que un fin de semana, al regresar de un concierto de la orquesta de la ciudad y con el pijama ya puesto, se sentó decididamente frente a mí. Con el ceño fruncido y mirándome fijamente, dijo:
-¿Qué fue lo qué pasó? Explícate ahora mismo… o muéstrame tu verdad, espejo del mal.
Y nos pasamos los siguientes diez minutos mirándonos el uno al otro esperando a que algo pasara… pero no hubo nada. Más tranquila, e incluso sonriendo, se levantó y fue directo a apagar la luz.
Todo siguió completamente normal: se peinaba y maquillaba frente a mí, pedía mi opinión respecto a algún atuendo (aunque al final terminara eligiendo el que se le venía en gana) e incluso me confesaba uno que otro secretillo.
Luego vinieron dos semanas en las que estuvo de un humor excelente: la sonrisa no se borraba de su rostro, sus ojos brillaban como focos incandescentes y a cada momento se acercaba a mí para retocar su labial o simplemente admirar la belleza que irradiaba. Una tarde, mientras cepillaba sus hermosos rizos rojizos, comenzó a decir:
-Hoy voy a verme con Ricardo; ha sido muy amable de su parte invitarme a tomar un café con él, para discutir sobre el último libro que hemos leído. Y es que resulta que ambos tenemos ideas muy distintas sobre el significado de la obra así que sería bueno compartir nuestros puntos de vista. Dios, ¡estoy tan emocionada! ¡No quepo de alegría, no me creo que de verdad me haya invitado a salir! Esta podría ser una…
De pronto ambos nos perdimos en sus ojos, o en el reflejo de ellos. Todo se puso negro, no se podía respirar.

Escuché música, una tonadita con mucho ritmo, muy vivaz. ¿Qué era? Sentí que volaba, pero ¿a dónde? Entonces se hizo la luz. Y frente a mi estaba una hermosísima chica, de cabellos oscuros como la noche, tez aterciopelada y morena, con unos enormes y profundos ojos cafés. ¿A quién me recordaba?
-Coraima, ¿estás bien?-preguntó una vocecita detrás de ella.
-Estoy bien hermana, no ha pasado nada.
-Pero yo vi que…
-No viste nada- dijo la chica negando con la cabeza. Luego se llevó un dedo a los labios y susurró- Que papá no se entere, ¿está bien?
Alcancé ver a la pequeñita con la que charlaba: una tierna estampa de ella pero en miniatura, y sin ese aire de sensualidad y erotismo que la mayor expedía por cada poro de su piel.
-Prometo no decir nada si tú me prometes una cosa- dijo su hermanita.
-Bien, ¿qué es?
La pequeñita se acercó a ella, y lanzándole los brazos al cuello se arrodilló en el suelo, a su lado y dijo:
-Prométeme que te cuidarás mucho.
-Lo haré, lo prometo.
-Prométeme que no dejarás que esos sujetos te atrapen otra vez.
-Prometo que jamás me volverán a atrapar. Y de no cumplir con la promesa… entonces que mi cuerpo arda en el fuego de una hoguera- y se echó a reír.
Pero a la pequeñita no le cayó en gracia.
-¡Coraima, no digas esas cosas!
-Perdón, perdón. Pero es una promesa: nunca más me volverá a pasar.
-Nunca digas nunca- dijo un sujeto grande desde la puerta del lugar-.Y por cierto, ¿de qué hablaban?
-De nada papi, nada de importancia- contestó la mayor.
Pero apenas se vio sola, me confesó:
-Hoy lo vi otra vez… y me sonrió. Creo que él es diferente, que no sigue los mismos pasos que su padre, porque me ha visto, y no ha dado aviso a las autoridades para que me detuvieran. Claro que fue un descuido de mi parte haberme quedado tanto tiempo ahí, ¡casi me atrapan! Pero es que… su sonrisa…
Soltó una carcajada, y de inmediato tapó su boca con ambas manos. Pero en su mirada seguía esa pícara sonrisa encantadora. Se puso de pie y comenzó a dar vueltas en el mismo sitio, y con esto comenzó una alegre y sensual danza por todo el lugar.
Tenía un cuerpo escultural, y el vuelo de su falda al girar parecía que la haría volar. Bailó y bailó sin dejar de sonreír ni un momento. Finalmente dio una última pirueta, se abrazó a sí misma y entre risas se dejó caer en el suelo. Creo que jamás había visto tanta felicidad en una persona. Volvió junto a mí y susurró:
-Mañana lo volveré a ver.
Sentir su cálido aliento me hizo estremecer, ¡creo que esa mujer me había enamorado!
Cada mañana, mientras ella se vestía, no podía despegar la vista de su cuerpo desnudo. ¿Cuántos tendría, unos veintitantos? Pues era realmente bella, y probablemente notaba mi mirada sobre ella, porque cada movimiento que hacía al colocarse las prendas iba acompañado de tremenda sensualidad que me dejaba sin respiración. Y sin embargo, cada noche venía a mí con los relatos de sus atrevidas aventuras de amor que llevaba a cabo con el hijo del alcalde de la ciudad. Me había vuelto su baúl de los secretos, las páginas en las que plasmaba sus pensamientos y sentir, el árbol en el que grababa su nombre y el del muchacho amado una y otra vez.
Una ocasión se apareció muy de madrugada ante mí. Iluminándonos solamente con la luz de una vela y contando con susurros ahogados de pronto por risas discretas, me contó el gran acontecer de aquél día.
-Me reuní con él, en su jardín. Estaba solo, pues su padre está de viaje, y justo a esa hora la mujer que limpia la casa había salido a chismear con sus amigas. Así que nos vimos a solas. Yo quería conocer su casa, pero me propuso ir a dar un paseo… cielos.- dijo medio suspirando, alzando el rostro y cerrando los ojos- Fue maravilloso. Me besó toda, me tomó muy fuerte entre sus brazos y me dijo: “Si mi padre viera lo hermosa que eres, no odiaría tanto a los gitanos”. Fue todo un caballero, no dejó de decirme cosas bonitas al oído-Entones me miró, como quien ha sido sorprendido cometiendo una fechoría-. Oh, pero no vayas a creer lo peor de mí, ¡no, no, no, no, no! No lo dejé llegar muy lejos. Pero me besó aquí- y se llevó las manos a la clavícula- y aquí - tocó sus labios- aquí- tocó su mejilla- y… aquí- y se levantó la falda, mostrándome su torneado muslo izquierdo. Luego rió-. Pero no ha sido la gran cosa…bueno no, ¡sí fue la gran cosa!
Comenzó a desvestirse mientras tarareaba por lo bajo una canción. La escasa luz que proporcionaba la vela le daba un toque sumamente erótico a la escena. De un momento a otro sopló, extinguiendo la llamita, pero aún pude escuchar su voz cuando dijo:
-Qué no daría por tenerlo aquí conmigo.
En realidad, no veía manera de que tanta felicidad pudiera terminar; siempre platicaba de su maravillosa familia, de lo enamorada que estaba, de lo grandiosos que eran sus amigos y de lo agradecida que estaba con la vida. Era… perfecto, todo lo que la rodeaba era perfección y felicidad. O eso era lo que creía yo.
Una noche escuché gritos furibundos y llanto. ¿Qué estaba pasando? Me sentía intrigado, ¡me urgía ver a Coraima y saber que era todo ese alboroto! Algo se estrelló en el suelo produciendo con gran estruendo y luego… todo era silencio. Entonces apareció ella.
¡Lucía tan mal! Había un rastro de sangre en sus labios, su ojo izquierdo estaba horriblemente amoratado y su pómulo derecho inflamado. Vi las lágrimas brillar en sus mejillas y luego se arrodilló frente a mí, escondió su rostro entre sus manos y comenzó a llorar desconsoladamente.
-Me duele, me duele mucho- descubrió su rostro y dijo-. Me duele tanto el orgullo, me duele todo, hasta el alma. ¡Maldito bastardo! El muy maldito…- se iba serenando pero no dejaba de sollozar- Me cité con Jeremías en el mismo lugar de la última vez; llegué temprano, pues me queda lejos y no quería hacerlo esperar. Comencé a escuchar ruido entre los arbustos y asumí que era él… Cielos, ¡cómo quisiera no haber estado ahí jamás! Era su padre, ¡era su padre! Me insultó, me golpeo, me ultrajó… se aprovechó de mí- dijo eso último acompañado de un lastimero susurro-. Tengo moretones y rasguños por todo el cuerpo, los nudillos lastimados por tratar de golpear, pero… no pude hacer nada.
Su llanto era tan doloroso que me partía el corazón. Quería abrazarla, refugiarla de todo ese pesar, llevármela de esa pesadilla y esconderla de todos esos malhechores.
En ese momento vislumbré una figura en la puerta; era una mujer, se acercó a nosotros, se arrodilló al lado de Coraima y la envolvió en un enorme abrazo. Ambas lloraban: la chica ruidosamente y la mujer en silencio.
-Dijo que vendría por mí, mami, y por todos- sollozaba Coraima.
-No va a pasar nada amor, no pasará nada.
La chica era tan hermosa como su madre, una mujer de exquisita belleza y voz serena. El verlas ahí juntas, hundiéndose juntas en la oscuridad que poco a poco caía, era como contemplar una melancólica obra de arte.
A partir de entonces los días no fueron iguales: ya no había sonrisas, no había bailes ni cancioncitas… no había felicidad. Quería hacer algo para alegrarla, ¡devolverle aunque fuera un poco de su vivacidad! Tenía que pensar en algo, hacer un plan.
Pero no me dio tiempo.
Gritos y muebles estrellándose en el piso fueron la señal de alerta de que las cosas no iban bien. Coraima estaba tendida en la cama desde el medio día, llorando, pero al escuchar tal estruendo de inmediato se puso en pie. Oía a sus padres gritar, gente golpear y a sus hermanos llorar.
-No- dijo-¡No!
Entonces irrumpieron en su habitación.
-¡Ahí está!-dijo un corpulento hombre.
Ella quedó petrificada, sus pies no reaccionaban. Varios sujetos más entraron y comenzaron a saquear la habitación entera. El hombre corpulento caminó hasta ella; la chica quiso correr, pero él la tomó por los negros cabellos.
-¿A dónde crees que vas, zorra? Tú y tu asquerosa familia vienen con nosotros.
-¡No! Antes muerta- y escupió a la cara del sujeto.
Pero él ni se inmutó, por el contrario, dio una sonora carcajada y le dijo:
-Pues estás de suerte: no les importa si llegas viva o muerta, solamente te quieren ahí- y comenzó a halarla.
Ella ponía resistencia, pero el sujeto era mucho más fuerte. En un momento en el que casi logró escapar de brazos de su captor, durante el forcejeo golpearon mi cuerpo, haciéndome caer y quebrarme en pedazos. Fue una leve punzada y luego todo se volvió negro. Sin embargo, el llanto y los gritos desesperados que aún alcanzaba a escuchar me mantenían al tanto de lo que sucedía.
-¡No!- escuché la voz de mamá-¡Coraima, no!

Ambos nos sobresaltamos, ¿qué había sucedido? Carmina me miró como ofendida o traicionada, como si yo hubiese roto alguna promesa. Entonces fui yo quien se sintió ofendido: no había hecho nada, ¡¿por qué me culpaba a mí?!
A partir de entonces mantuvimos una especie de guerra silenciosa: ella pasaba el menor tiempo posible en la habitación, y yo procuraba ignorarla cuando se maquillaba frente a mí, cosa que por cierto, hacía casi a la velocidad de la luz. Me miraba con una especie de desprecio que no lograba comprender y que después de un tiempo comenzó a herirme profundamente.
Una tarde llegó hasta mí, y tímidamente se sentó frente a su bello reflejo. Se acercó un poco más, como buscando algo que no lograba encontrar. Finalmente desistió, y con profunda tristeza en sus ojos me dijo:
-¿Qué es eso que me haces ver? ¿Cómo lo logras? La última historia fue tan triste… ¿Por qué lo haces?- guardó silencio, como esperando una respuesta, la cual, desde luego, yo no le podía dar. Resignada a continuar viviendo con ese misterio, dijo- eres un regalo de mi abuelo, poco antes de fallecer te trajo aquí. Nada más por eso no me atrevo a desecharte- me acarició con sus suaves manos. Sonrió dulcemente y agregó- quiero hacer las paces contigo, así que, ¿amigos ahora?
Ni siquiera esperó una respuesta; se puso en pie y se disponía a marcharse, pero antes se acercó y arregló su cabello frente a mí. Sus ojos eran tan bellos, tan llenos de magia y…

Era un espacio muy pequeño, de paredes descarapelas y apenas amueblado. Todo era silencio, no se percibía movimiento alguno. Estuve esperando hasta que cayó el sol, pero no apareció nadie. Comenzaba a creer que el lugar estaba abandonado, que me había quedado solo, pero entonces escuché pasos entrar. Ansiosamente esperé a quien pudiera presentar sus facciones ante mí, pero lo único que vi  fue a una chica de cuerpo alto y esbelto caminar hasta la cómoda que había junto a la cama. Sacó un pijama y procedió a cambiar sus blancas ropas manchadas por las prendas de franela. En su rostro había un rictus de cansancio infinito, y sus movimientos eran tan lentos que pareciera como si ella no estuviera despierta. Dejó la ropa sucia sobre la cama y la contempló un tiempo; se sentó en la orilla, tomó el vestido blanco y se cubrió con él la cara mientras lloraba. Fue breve, no le tomó demasiado tiempo sacar la tristeza que llevaba dentro, y una vez terminado, secó sus lágrimas con la prenda y arrojó el vestido al suelo. Se dejó caer sobre la cama, y la escuché decir:
-Lo único que quiero es dormir, despertar en casa, lejos de toda esta maldita guerra, sólo quiero volver a… el lugar en el que solía estar mi casa.
Su voz era dulce, aunque sonaba un poco pastosa. La oscuridad ya había inundado el lugar, no se podía ver nada: sin embargo, escuchaba perfectamente cada vez que la chica daba vueltas y vueltas sobre la cama.
Aún no salía el sol cuando percibí movimiento en la habitación. La chica se levantaba y caminaba hacia lo que asumí, era el baño. Escuché agua caer, escuché pasos arrastrarse por el lugar, y entonces salió ella. Sus movimientos eran como mecánicos, como si llevara ya mucho tiempo haciéndolos. Sacó de la cómoda su uniforme blanco, se vistió lentamente y luego caminó hasta mí. Me alegró verla en la sillita del peinador: por fin podía analizar su rostro desde más cerca. Tenía una hermosa cara redonda enmarcada perfectamente por sus cabellos castaños; era una lástima que lo tuviera tan descuidado. Sin mirarse ni un sólo momento en mí, tomó el cepillo sobre el peinador y comenzó a pasarlo por su melena. Me desconcertaba verla tan apagada, tan cabizbaja, ¿qué sería lo que la tenía así?
Como si me hubiese escuchado, dejó de cepillar su ondulada cabellera, y me miró serenamente.
-Ayer se me murieron otros tres. No podía hacer nada por ellos: estaban muy heridos y no había espacio suficiente en la enfermería para atender a los menos maltrechos, así que, sí, los dejé morir- pareció reflexionar un poco. Miró a la ventana, desde dónde se vislumbraba el sol salir, y continuó-. O bueno, mejor dicho nada más a dos, porque al tercero si intenté salvarlo; era joven, aunque mayor que yo, y a pesar de todo el dolor que sentía no dejaba de reír y conversar- me miró-. Siempre nos pasa lo mismo: llegan más soldados, gritan y agonizan de dolor, les das morfina, se sienten mejor y luego sienten que eres un ángel caído del cielo y se enamoran de ti. Pero él era diferente, él desde que llegó y me miró me dijo que era hermosa, pero que una mujer no puede juzgarse sólo por el exterior. Sin embargo, sus chistes y versos me hacían reír, sus anécdotas eran dignas de ser discutidas y comentadas…- bajó la vista al suelo-. Quisiera que no hubiera muerto.
Al volver a poner sus ojos en mí pude ver una tímida lagrimilla bajar por su pálida mejilla. Pero no dejaba de desconcertarme su charla. ¿Muerte? ¿Por qué? Y ¿cómo podía decir con tal indiferencia que los dejó morir? ¡Estaba frente a un monstruo! Entonces vi sus ojos, tan castaños y profundos… pero vacíos. No había nada en ellos, pareciera que no tenían vida, y sin embargo, había algo muy en el fondo que me era tremendamente familiar.
Suspiró, terminó de acomodarse el cabello, y se fue. No la vi hasta muy entrada la noche, cuando se repitió aquella primera escena, esa en la que la conocí: se quitó la ropa ensangrentada, se colocó el pijama y se dejó caer en la cama. Y eso fue lo que vi día tras día, tras día. Era tan monótono, tan cansino, ¿cómo podía vivir así? Pero entonces recordaba aquella primera conversación y me entraba la curiosidad por saber cómo eran las cosas en la enfermería esa de la que hablaba.
Pero la rutina terminó una noche, cuando volvió y sin quitarse el uniforme, se dejó caer sobre la cama.
-No quiero seguir así… ya no quiero vivir.
Su confesión me espantó de sobre manera, ¿cómo podía alguien tan joven querer terminar con su vida? Se sentó en la cama y con las uñas rascó la sangre ya seca que había sobre su uniforme.
-Extraño a papá- dijo, aunque sin pizca alguna  de sentimiento-, aunque si supiera todo lo que me ha pasado… Tenía diecinueve años cuando me ofrecí como enfermera, veinte cuando perdí a mi primer hijo… y a los tres meses me enteré de que había muerto el resto de mi familia. Si ya no tengo a nadie, ¿por qué sigo aquí?
Se hizo el silencio. Si no hubiese sabido que había alguien más en la habitación, creería que el lugar estaba nuevamente abandonado. Alcanzaba a percibir el olor metálico de la sangre de su ropa, el olor a alcohol y medicina en su cabello… el olor a muerte en sus manos.
Se acercó y se sentó en la sillita, y con su gélida mirada en mí, contó:
-Ayer llevaron a un niño a la enfermería; iba muy lastimado y sangraba mucho. Lo llevaba un señor, supongo que era su padre, con ropas harapientas y un rastro como de mugre por dónde corrían sus lágrimas. Gritaba en un idioma que no era inglés, así que apenas le prestaban atención. Nadie los ayudó, las demás enfermeras pasaban frente a él pero no se detenían. Me partía el alma ver a ese sujeto llorar- se le quebró la voz y las lágrimas se agolparon en sus ojos; entonces pude vislumbrar un leve destello de vida-; yo sé lo que es perder a un hijo, y eso que ni siquiera conocí al mío, ¿cómo podía hacer ese hombre para soportar tanto dolor? Iba justo a ayudar al niño, cuando alguien me tomó del brazo. “Déjalo Clariss, los soldados que defienden tu país te necesitan, no pierdas el tiempo” dijo una compañera. Quise contestarle, zafarme de su agarre, pero en ese momento vi como dos hombres escoltaban al desamparado padre hacia fuera de la enfermería. “Igual se va a morir, no tiene caso desperdiciar las medicinas en un moribundo”. ¡Fue la estupidez más grande que jamás había escuchado!- la cólera hirvió en su rostro-¡Todos los días atendemos a cientos de moribundos! ¿Qué tiene de distinto ayudar a un pequeñito? Lo más triste fue cuando salí y encontré al señor sentado junto a la puerta, sosteniendo el cuerpecito de su hijo ya muerto y llorando a mares; el corazón se me encogió… y probablemente lo dejé ahí con ellos.
Se puso de pie y empezó a dar vueltas por la oscura habitación, apretando fuertemente los puños.
-Si la vida no tuvo compasión de un niñito… ¿qué me espera a mí? No quiero saber cómo es que voy a pagar mis errores y desplantes. Y esta estúpida guerra parece no tener fin.
No quiero seguir más en un mundo horrible en el que la sensibilidad parece no existir.
Sensibilidad… sensibilidad. Me hablaba de sensibilidad la mujer que no hacía mucho confesó dejar morir a dos hombres con una sangre fría que ni en los lagartos se podría encontrar.
Se dejó caer en la cama usando aún sus ensangrentadas ropas y dijo:
-Quisiera no seguir en este mundo.
Entonces, sólo el rumor del viento al juguetear con las copas de los árboles, eso era todo lo que podía escuchar. Había tanta paz, tanta tranquilidad… que no podía ser normal. Ni siquiera la respiración de Clariss podía distinguir, creería que su deseo de morir había sido cumplido. Pero no, aún no era hora.
Se escuchó un enorme y ensordecedor estruendo y un haz de cegadora luz se coló por la ventana. Clariss se despertó sobresaltada; veía su ondulada melena moverse desesperadamente, se puso en pie y… un momento, ¿de dónde provenía tanta luz? Corrió hacia la ventana, pero antes de llegar retrocedió un par de pasos, cubriéndose la boca con las manos y un terror indescriptible en su rostro.
-¡Dios santo! ¿Pero qué…?
Entonces hubo un destello enorme. No podía ver, ¿qué sucedía? Escuché a Clariss gritar horrorizada, pero ¿qué pasaba? El calor era sofocante, agonizante… el cuarto entero estaba en llamas, todo sucedió tan repentina y rápidamente. Busqué a la chica entre el caos, y la vi arrastrándose hacia la puerta. Tosía, pues el oxígeno se estaba acabando. Tomó con su mano la perilla, pero pegó un fuerte alarido y la soltó de inmediato; alcancé a ver, y levemente a oler, su carne quemada. La desesperación y el miedo comenzaban a apoderarse de toda ella, y la verdad sea dicha, también de mí. El humo nos asfixiaba, las llamas quemaban, y los gritos de Clariss inundaban el lugar.
-¡Auxilio! ¡Auxilio por favor, alguien ayúdeme!- gritó con todas sus fuerzas. Pero ¿quién la podía oír? Afuera mismo del edificio había un alboroto aún mayor.
Se alejó de la puerta y a gatas se acercó a la cama. Ahí, sentada en el suelo, se hizo un ovillo, y sin dejar de toser y llorar, dijo como para sí misma:
-No me quiero morir… aún no quiero morirme. Dios, ¡hay tantas cosas que quiero conocer! Quiero aprender a montar a caballo, quiero irme de campamento y bañarme un río cristalino. Quiero conocer el amor, ser mamá, contarles cuentos a mis hijos, leerles… No, ¡No me quiero morir!- y volvió a gritar pidiendo ayuda.
Gritaba tan fuerte que creí que en cualquier momento le explotarían los pulmones. Yo ya no podía ver, el humo era tan denso… la voz de Clariss poco a poco se iba apagando, su tos iba cediendo. Escuchamos ruido en la puerta.
-Ayuda, por favor- alcancé a escuchar la débil voz de la chica.
De pronto hubo golpes en la puerta, algunos gritos y voces, y pasos correr.
-Por favor, no me quiero morir, por favor… por favor… no vayan a dejar mi cuerpo aquí.

-¡Basta, basta, basta!-gritó desesperada.
Tenía los ojos fuertemente cerrados y se agarraba la cabeza. Su reacción me asustaba, jamás la había visto así.
Oí pasos subir por las escaleras, y debo decir que eso me tranquilizó un poco; alguien tenía que calmar a Carmina. Pero lo que pasaría a continuación no me lo esperaba: en su arranque de locura alzó la silla del peinador, y con todas sus fuerzas la lanzó contra mí.
Fue terriblemente doloroso; quedó severamente dañado no nada más mi cuerpo físico, sino también mi orgullo. Pero me lo merecía, o eso fue lo que pensé en ese momento; ¿por qué, por qué tuve que enseñarle esas cosas tan terribles? Me sentía mal, muy culpable por haberla alterado de dicha forma.
-¿Pero qué sucede aquí Carmina?- preguntó asustada una voz de mujer.
Carmina lloriqueaba sin cesar.
-Carmina, ¿tú has hecho esto?- dijo esta vez un hombre.
-Era horrible papi, ¡era horrible! Hacía mucho calor y, y… había una muchacha y…- su hablar era atropellado, y aún así era perfectamente identificable el miedo en su voz.
Los oía hablar, pero todo se escuchaba tan lejano.
-¿De qué hablas?
-Mira mamá, ¡mira!- berreó la chica, y me levantó del suelo… o bueno, lo poco que quedaba vivo de mí.
Vi el rostro de su madre, confuso y temeroso ante la reacción de su hija.
-¿Qué se supone que tengo que ver?- preguntó.
-Míralo bien.
La señora fijó sus ojos en mí durante varios segundos. Esperé a que se vinieran de nuevo esas curiosas visiones, aunque no puedo negar que lo hice con miedo, no quería perturbar a nadie más.
Pero nada sucedió. Y eso me desconcertó.
-Amor, ¿qué se supone que tengo que ver?
Fui arrebatado salvajemente de las manos de la mujer y volví a ver los ojos turbios de Carmina…

La habitación entera ardía, ya no se podía ver nada que no fuera fuego, pero aún así distinguí la esbelta figura de Clariss tumbada en el suelo. Fuera, en la puerta, gritaban hombres y mujeres que intentaban abrir, o quizás solamente pedían una respuesta para asegurarse de que la muchacha seguía viva. Había fuego…

Cerró fuertemente sus ojos. Le temblaba la mano, pero no me soltó. Agitó fuertemente la cabeza, en negación. Con las lágrimas nublándole la vista volvió a mirarme…

Había fuego en su ropa, podía ver arder su blanco y manchado vestido. El olor a carne quemada se hacía presente. ¿Es qué… no lo sentía? ¿O era que ya estaba muerta? El calor era insoportable, lo único que quería era salir de…

Caí, estrellándome en cientos de pedacitos pequeñísimos. Escuchaba, aunque levemente, los gritos de Carmina:
-¡Ya no más, ya no más!
Entonces lo comprendí: yo no había hecho nada, era ella, ¡ella misma había producido tan extrañas y horripilantes escenas! O tal vez eran vistazos del pasado, o reproducciones de algo que había visto antes, o…
Mi vista se nublaba, sentía que me aletargaba, y poco a poco todo lo que me rodeaba se fue alejando, desapareciendo… acabando… entonces todo era negro.

De pronto creía escuchar los gritos de Carmina; tal vez era solamente que habían quedado profundamente grabados en mi memoria. Y en ese limbo en el que me encontraba recordé una frase que había escuchado quien sabe en dónde, pero que decía así:
“Que distinto sería el mundo si no existiesen los espejos”.
En mi caso, habría que modificarla: que distinto hubiese sido mi mundo… si no hubiese visto los ojos de Carmina.


Ydna

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