lunes, 5 de diciembre de 2011

Reflejos carmesí por Cecilia Anchondo

Era una mañana como cualquier otra, los primeros  rayos del sol comenzaban a entrar por la ventana, dirigiendo su luz hacia cada rincón de la habitación, todo indicaba que sería un día como cualquier otro, Lidia no tardaría en escuchar el sonido del despertador, saltar de la cama y salir apresuradamente al trabajo como solía hacerlo diariamente; sin embargo, los minutos transcurrían, y ella seguía ahí, inmersa en un profundo sueño. El despertador se detenía y a los pocos minutos comenzaba a sonar de nuevo, la preocupación se hacía cada vez más fuerte en mí. De pronto, la puerta se abrió de golpe, se trataba de Carlos, el compañero de casa y gran amigo de Lidia, que había escuchado el despertador sonar desde hacía ya media hora. Se dirigió a la cama donde yacía su compañera, intentado despertarla pero fue en vano, lo que al principio eran risas y burlas por haberse quedado dormida, se fueron transformando en gritos y llantos de desesperación, los cuales poco a poco se iban haciendo más fuertes, hasta que, resignado tomó el teléfono e hizo una llamada. No pude escuchar  nada, solo lo vi salir apresuradamente de la habitación con los ojos bañados en lágrimas y regresar minutos más tarde con un par de personas más. Durante un buen rato entraron y salieron personas que revisaron a Lidia, para luego cargarla y sacarla de la habitación.
Posteriormente entraron otras personas al cuarto, al parecer buscaban algo que no lograron encontrar, tomaron algunas de las pertenencias de Lidia y salieron.
El resto del día el cuarto permaneció en silencio, solo se escuchaban los ruidos de la calle, y los niños del departamento de al lado que jugaban y gritaban. No sabía ni entendía qué era lo que había ocurrido, ¿Porqué se llevaron a Lidia?, ¿Acaso enfermó?, y si es así ¿Porqué Carlos se veía tan angustiado?, mis preguntas continuaban y cada vez surgían nuevas interrogantes en mí que deseaba fueran aclaradas; sin embargo, nadie regresaba, no escuchaba la puerta, oscurecía y yo seguía sólo en aquel cuarto.
Ya a avanzadas horas de la noche, escuché como la puerta principal se abría, ¿Sería Lidia que había vuelto?, esperé con ansias a que entrara al cuarto, pero no fue así, al parecer solo era Carlos y al instante salió de nuevo.
El día siguiente fue igual, triste y solitario durante toda la mañana, hasta que horas más tarde llegaron los padres de Lidia; ellos me habían llevado a ese lugar hacía apenas unas cuantas semanas, recuerdo perfectamente ese día, justamente en su cumpleaños número veinticinco. Lidia se acababa de mudar a este departamento, y sus padres le regalaron varios muebles que le serían necesarios, entre ellos yo, un espejo. A partir de entonces, Lidia cada mañana se despertaba, me miraba mientras se arreglaba y se iba a su trabajo, permanecía solo el resto del día, y por la noche ella llegaba a dormir, repitiéndolo día con día.
Ambos vestían de negro y tenían una expresión de profunda tristeza en sus rostros, una expresión que jamás había visto, yo seguía sin entender el porqué de todo lo que había estado sucediendo. Raquel, su madre se sentó sobre la cama, tomó la almohada con fuerza, apretándola contra su pecho mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, acto seguido, fue consolada por Rubén, su marido, quien la abrazó con cariño, conteniendo el llanto que se hacía cada vez más presente.
Ninguno de los dos dijo una palabra durante varios minutos, quizás horas, hasta que de pronto, la señora rompió el silencio, soltó la almohada que tenía entre los brazos, lanzándola de un golpe hacia mí, gritando y preguntándose porqué le había ocurrido eso a su hija, porqué a alguien que apenas comenzaba a vivir; fue entonces cuando finalmente lo entendí, o quizás simplemente no había querido considerar esa opción, Lidia no volvería jamás, había caído en ese sueño profundo del cual nadie regresa, Lidia había muerto.
Rubén tomó la mano de Raquel, mientras la invitaba a salir de la habitación, no era bueno para ninguno de ellos permanecer en ese lugar, que a cada instante que transcurría se convertía en un mar de recuerdos cada vez más profundo que los ahogaba en llanto, sin que hubiera algo que pudieran hacer al respecto.
Pasaron días, en los que el cuarto estuvo totalmente solo, se escuchaba como Carlos llegaba y salía de la casa, pero sin atreverse nunca a ir más allá de su habitación, y saliendo de nuevo a los pocos minutos; no era de esperarse otra actitud, después de todo, ambos habían sido grandes amigos desde la infancia, y la pérdida de Lidia representaba un golpe bastante fuerte para él también.
Cuando así lo creyó conveniente Carlos tomó valor y entró al cuarto que había estado evadiendo, se sentó en la cama mirando fijamente hacia mí e imaginando como la silueta de Lidia se posaba a su lado, la veía en mí, observaba como sonreía y se iluminaba su rostro, pasó horas sentado mirándome, recordando aquellos viejos tiempos en los que estando juntos el tiempo volaba, perdiéndose en el recuerdo de aquellos ojos que tanto desearía volver a mirar. Y así permaneció un largo rato, hasta que de golpe, se levantó y salió de prisa, azotando la puerta.
Al día siguiente ocurrió lo mismo, Carlos pasó horas sentado frente a mi, por momentos se levantaba y acariciaba el cristal como si estuviera sintiendo algo más, susurraba y me hablaba como si fuera Lidia, confesándome lo mucho que la había amado, y lo cobarde que había sido al no ser capaz de decirlo nunca, cada vez era más el tiempo el que pasaba en ese estado, era como si se desconectara de la realidad y permaneciera en un mundo paralelo en el cual podía estar con su amada a pesar de lo ocurrido, y así, sin pensarlo ni desearlo, y peor aún sin siquiera darse cuenta, estaba viviendo completamente dentro de una fantasía.
Como era de esperarse, esta situación empezó a repercutir en su vida, faltaba a su trabajo, no comía, no dormía, dejó de ser él mismo para convertirse en un Carlos que vivía en base a un recuerdo, ahora solo me miraba fijamente durante horas y horas, creyendo estar en un mundo en donde podía ser feliz.
Una semana después, volvieron los padres de Lidia, dispuestos a llevarse sus pertenencias, encontrando a Carlos ojeroso, con apariencia de no haber dormido durante días, y mirando, como ya era costumbre, fijamente hacia mí, le hablaron, trataban de llamar su atención pero era inútil, se encontraba inmerso en su fantasía, se escuchaba como susurraba algunos balbuceos inentendibles, pero pese a los intentos de Raquel y Rubén, no reaccionaba ni desviaba la mirada, solamente sonreía, para luego comenzar a cantar una canción, una canción que Raquel logró identificar inmediatamente, era una vieja canción de cuna que Carlos compuso y que solía cantar a Lidia desde que eran niños, y que representaba para ambos un símbolo de que siempre estarían juntos y de que su amistad perduraría a través del tiempo.
Tanto Raquel como Rubén permanecieron atónitos durante algunos minutos, Rubén se acercó sigilosamente a Carlos, dando una suave palmada en su hombro e invitándolo a acompañarlo fuera de la habitación, éste se estremeció y por fin se percató de que ya no estaba solo en la habitación, miró a Rubén, y éste le explicó que se llevarían las pertenencias de Lidia, que sabían lo difícil que era para todos, pero que era momento de aceptar la realidad, y continuar cada quien con su vida como a Lidia le habría gustado. Carlos soltó un grito de exaltación que retumbó en la habitación, gritaba que no era verdad, que Lidia estaba ahí, que podía verla, podía sentir su suave piel y escuchar su voz si se acercaba lo suficiente, Raquel comenzó a llorar, aterrorizada de ver  a Carlos, quien era como su segundo hijo en esas condiciones, mientras que Rubén intentaba calmarlos a ambos, aparentemente sin éxito alguno.
Finalmente el silencio reinó en el lugar, y segundos más tarde Carlos lo rompió, rogándole a Rubén y a Raquel que le permitieran pasar unos días más ahí, les explicó lo difícil que había sido para él encontrarla así, justamente cuando tenía planeado confesar lo que desde siempre había sentido por ella, que necesitaba permanecer solo durante algunos días y convencerse a sí mismo de lo ocurrido.
Aunque al principio ambos padres se negaron preocupados por la salud y seguridad del joven, éste terminó convenciéndolos y terminaron  aceptando, lo dejarían dos días más, pero con la condición de que después trataría de normalizar su vida, y de ser necesario, mudarse de ese lugar. Carlos salió acompañado de ellos a dar un paseo y tomar un poco de aire fresco que ya necesitaba.
El resto del día el silencio reinó la casa, al parecer Carlos seguía con los padres de Lidia, y cumplía con su parte del trato, y no fue hasta ya entrada la noche cuando regresó a la casa, entró primero a su cuarto, se escuchó la regadera, seguida de algunos ruidos, y después se dirigió hacia mí, vistiendo un elegante traje negro, con aquella corbata morada a cuadros que tanto le gustaba a Lidia, pude observar como en su mano derecha sostenía un ramo de rosas rojas, mientras que la derecha la ocultaba en el interior de su bolsillo. Se acercó temeroso hacia mí, acercando el ramo de rosas hasta hacerlo topar con el cristal cegado por su ilusión que lo hacía ver a Lidia detrás de él, y en medio de dicha fantasía le confesó su amor, pidiéndole que se casara con él mientras sacaba su mano derecha del bolsillo con un precioso anillo de diamantes. Se sentó en la cama a esperar la respuesta, sin embargo, pasaba el tiempo, y como era de esperarse, la respuesta no llegaba. Comenzó a impacientarse hasta que salió de la habitación desconcertado, lanzando el ramo de rosas al cesto de la basura, y dejando caer el anillo al girar la perilla de la puerta.
Por un instante creí que había comprendido el error en que se encontraba, llegué a pensar que se había dado cuenta de que Lidia en realidad no existía más, que no la volvería a ver y que su locura solo lo estaba afectando más día con día, pero lamentablemente ocurrió todo lo contrario y fue entonces que descubrí que lo que había presenciado anteriormente era solo el comienzo de lo que estaba por venir.
Carlos volvió al instante con un martillo en la mano y con una mirada furiosa, comenzó a decir cosas que no podía entender mientras caminaba hacia mí, conforme se acercaba podía escuchar lo que decía, me culpaba de lo ocurrido, su locura lo había convencido de que yo tenía presa a Lidia y que debía atravesarme para poder llegar hacia ella para poder así alcanzar finalmente la felicidad que durante tanto tiempo no tuvo el valor de buscar, ahora yo era el obstáculo, y al atravesarme a mí, un simple espejo, el hechizo quedaría roto.
Fue así como tomó el martillo y lo estrelló con fuerza contra mí, mi visión se comenzó a nublar, veía manchas de colores que solo durante poco tiempo pude distinguir, Carlos gritó desesperado, tomó las partes de mí que se encontraban en el piso y las sujetó con fuerza, mientras lloraba arrepentido de lo que había hecho; ahora aquel mundo mágico que lo hacía sentirse cerca de su amada estaba desapareciendo, lo había destruido con sus propias manos y jamás podría repararlo. Miró hacia el pedazo más grande de los que quedaban y pudo ver en él la imagen de Lidia agitando su mano hacia los lados en señal de despedida hasta desvanecerse por completo en aquél trozo de cristal.
El joven, arrepentido de lo que había hecho, tomó uno de los fragmentos que yacían en el suelo y lo clavó contra su pecho, pudiendo escapar al fin de la fantasía que lo llevó a su perdición. De pronto, y en cuestión de segundos mi visión se tornó completamente roja, pudiendo escuchar un último gemido de dolor, seguido de silencio, un silencio total y eterno.


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