viernes, 9 de diciembre de 2011

El alma del espejo por Arkham

¿Qué puede pasar en la vida de una persona para que cambie radicalmente de un momento a otro? No sabría que decir al respecto, yo simplemente no los entiendo. No entiendo en qué consisten todas esas emociones, todos esos sentimientos de los que tanto hablan. No saber qué se siente poderse mover e ir a un lugar diferente. Conocer lo que hay más allá de esta habitación opaca. Para alguien que ha pasado toda su existencia en un lugar tan falto de vida, o debería decir un algo, el tiempo empieza a pasar cada vez más rápido. Todos los días podía verlos ahí sentados disfrutando de sus alimentos. Me pregunto qué se sentirá comer, cómo será el poder saborear una sopa o cualquier cosa. 

Ella acababa de entrar al comedor, llevaba un largo vestido negro. Su cabello plateado como los cubiertos que usaba para llevarse los bocados a la boca, estaban sujetos por un broche. Sus ojos profundos y negros nunca mostraban ninguna emoción, ninguna alegría y solo en muy contadas y raras ocasiones mostraban mucha rabia. Las arrugas en toda su cara estaban tan marcadas como para dar una pista muy cercana a su edad. No había conocido a muchas personas hasta este momento, solo a pocas que en alguna ocasión llegaron a venir a esta parte de la casa.
A mi parecer esa mujer, a la que todos llamaban señora Marie,  era la mujer más anciana que yo había visto.

Claro no puedo decir con seguridad que lo que hago es ver, pero me parece que es así como ellos lo llaman. Ellos, esas criaturas tan extrañas llamadas “humanos”. Por mi parte yo soy para ellos un simple objeto. Nadie me preguntaría nunca si deseo sentarme a comer con ellos. Nunca nadie me preguntará como estuvo mi día, pues soy un objeto. Soy un ser inanimado al que ellos llaman, “espejo”.

Todavía no he entendido bien el papel que desempeño en esta casa. Todavía no entiendo cuál es mi rol. Sólo sé que en ciertas ocasiones esas personas vienen y se paran frente a mí,  parece como si quisieran que les diera una respuesta, la solución a una interrogante que los aqueja. Otras veces parece que simplemente quieren encontrar algo, como si quisieran hallar algo muy valioso dentro de sus propios ojos. Puedo darme cuenta del porqué me miran. Cuando pasan sus caras frente a mi pueden verse a si mismos. Lo se porque los veo reflejados en sus propios ojos. Lo se porque en repetidas ocasiones toman un peine y lo deslizan sobre sus cabezas muchas veces. La señora Marie es muy estricta en ese aspecto, nunca deja que ni un solo cabello le quede fuera de lugar.

Ya casi era hora de la cena y pronto tenía que traer a esta habitación al pequeño Andy.
Las paredes eran completamente grises, había un horno de piedra que la señora Marie usaba para preparar algunos de sus alimentos. Del otro lado estaba la puerta de madera por la cual ella siempre entraba y salía. En el centro había un comedor bastante viejo y arañado. En una esquina un mueble muy grande de madera que contenía especias, condimentos y no se cuantas cosas mas. En el horno había mucha leña quemándose.
 En una ocasión ya hace mucho tiempo, en ese mismo horno, una de esas pocas persona que en alguna ocasión vinieron aquí, se incendio de la misma manera que esa leña.

Exactamente a las 9 en punto el reloj sonaba repetidas veces. Esa era la hora de la cena. No pasó mucho tiempo después de que el reloj terminara de sonar para que la señora Marie en compañía de Andy entrara por la puerta. Andy lucía tan... desaliñado como siempre. Llevaba puestas las mismas pantuflas que siempre, un suéter café con el nombre Andy bordado en el frente. Su cara era la misma de siempre, tenía una expresión fija en su rostro y  babeaba casi todo el tiempo. Sus cabellos rubios a diferencia de los de la señora Marie, nunca estaban peinados y cada día se veían más maltratados y opacos. El ultimo detalle notorio y que tampoco cambiaba era que a diferencia de las otras personas él no se movía,  parecía estar aferrado a aquella silla con ruedas que la señora Marie tenia que empujar siempre.

Ella tomaba un plato del mueble de madera que estaba en la esquina, sacaba una olla grande del fuego del horno. Recuerdo que muchas veces decía no querer comprar una estufa, que no entendía como funcionaban esas maquinas y que prefería hacer las cosas a la antigua. La olla que sacó tenía adentro un líquido de color rojizo, probablemente la misma sopa que preparaba casi a diario. Seguramente estaba hirviendo, se veía bastante vapor salir del plato. Ella se llevo el plato a un lugar alejado de mi visión por un momento y regresó con él, solo que ahora tenia una cuchara en la mano. Empezó a mover la sopa con la cuchara y  a soplarle para enfriarla, enseguida se la dio a Andy justo en la boca mientras le comentaba que en algunos días sería su cumpleaños.
– Tendremos que prepararte un platillo especial, sólo por ser tu cumpleaños haré un esfuerzo –  decía la señora Marie mientras seguía dándole de comer a Andy. – Cumples dieciocho años, eres ya todo un hombre. Estoy segura de que él estaría muy contento y orgulloso. Es una verdadera lástima que se haya tenido que ir antes de tiempo. ¡Oh! pero que tonta, casi me olvido que es también en estas fechas que se cumplen seis años de su muerte –.

“Muerte”, una palabra un poco rara para mi. No entiendo los alcances ni en lo que consiste ese término. Lo que he podido ver de la muerte es que aquellos que pasan por ella, dejan de moverse y al poco tiempo desaparecen sin que se sepa mucho de ellos. Recuerdo que aquel hombre luego de cambiar por completo el color de su piel a uno bastante oscuro, fue cubierto en un largo manto negro y llevado a rastras fuera del comedor. ¿Es algo que deba causar alegría?, ¿Es acaso algo que deba causar tristeza?

La señora Marie continuó hablando.
 – Mañana debo ponerle algunas veladoras, estoy segura que lo extrañas mucho. Pero seguramente querría que estuvieras contento y disfrutando de un día tan especial como lo es tu cumpleaños –. Andy al fin se había terminado la sopa.
Hubo una época en la que a él no le gustaba comer ninguna clase de sopa. Era en la época en que se movía, aquella época en la que no dejaba de reír y jugar. Pero de eso ya había pasado mucho tiempo.
La señora Marie se llevó a Andy del cuarto. Apagó las luces y no volvió.

La luz al día siguiente no provenía de ningún foco o de la leña del fuego. Era la luz del día. Eso significaba que Andy y la señora Marie estarían de vuelta muy pronto para tomar el desayuno. Cuando entraron ella dejó a Andy justo frente a mi. En ese momento una sensación extraña que nunca antes había sentido recorrió todo mi ser. Fue una sensación que aunque peculiar también me fue particularmente familiar, como si ya antes la hubiera sentido. ¿Porqué yo podía sentirme de esa manera? Nunca había podido sentir absolutamente nada. Pero cuando vi su mirada tan llena de tristeza, cuando vi la sombra oscura que asolaba sus ojos fue como escuchar un grito desgarrador. Un grito que penetró cada fibra sensible de mi ser. No lo había entendido hasta ese momento, él y yo éramos iguales. Estábamos prisioneros, prisioneros de un cuerpo que no permite hacer nada. Un cuerpo que no te permite vivir. Un cuerpo cuyo valor es menospreciado y solo sujeta parte de tu esencia para obligarte a una vida de miseria.

No lo podía creer, estaba sintiendo algo.

Andy a pesar de no poder mover ni el mas ligero músculo de su cuerpo, lo que con sus ojos transmitía era mucho más profundo que cualquier expresión facial. Y en mi mente si es que la tengo, no podía dejar de sentir tristeza y lástima por él. No entendía lo que pasaba.

La señora Marie alejó a Andy para llevarlo al comedor y darle una especie de platillo diferente a la sopa de siempre. Era extraño pero sentía la necesidad de gritar, de decirle a Andy que no confiara en esa mujer. Pero ¿por qué? No importaba, cualquier intención que yo tuviera no podría llevarla a cabo. Y de cualquier manera probablemente Andy ya sabría que no era de fiar, pero ¿qué opción tenia?

Recuerdo en muchas ocasiones a esa mujer mirarse en el espejo, había algo en ella, una especie de energía negativa que la rodeaba. Me parece raro que hasta ahora me empezara a dar cuenta. Pero en ese mismo instante se mostraban frente a mi, muchos otros momentos pasados que lucían difusos, como con una neblina densa. Sólo una imagen pude distinguir. No sólo Andy y esa mujer vivieron en ésta casa.

Tras haber terminado su desayuno Andy y la señora Marie salieron del comedor y por fin esos sentimientos que me estaban confundiendo se desvanecían poco a poco. Fue muy extraño tener esa repentina conexión con la mirada penetrante de aquel chico, pero ya no importaba, nada de lo que pudiera pasar iba a cambiar que solo soy un objeto, no tendría porque sentir nada por nadie. No debería poder sentir nada por nadie. Y lo más intrigante ¿por qué ahora? ¿Por qué solo hasta este momento puedo sentir? Tengo años adornando la pared, gritando y deseando saber qué es lo que ellos ven, qué perciben, porqué tantas dudas, porqué tantas palabras cuyo significado ni si quiera se puede explicar. ¿Por qué ahora? ¿Sería que en todos estos años ni siquiera una sola vez me di cuenta de su desesperación? Es que ¿acaso nunca lo había visto así de cerca como para poder siquiera inmutarme un poco por la sensación transmitida de un rostro que solo refleja agonía? No lo se. Lo que definitivamente si se, es que era una sensación horrible, si era esto lo que ellos llaman sentimientos, no quería tenerlos de nuevo, no era lógico querer sentir algo tan horrible.
Sin embargo, quedé intrigado y si el costo de averiguar un poco más acerca del origen de esa situación es volver a revivir esa sensación tan desagradable, estoy seguro de que prefiero quedarme con los pensamientos nublosos. 

El cumpleaños de Andy será en tres días. La tarde pasó y ellos no vinieron a comer, lo cual era raro pues la señora Marie era una mujer extremadamente estricta cuando se trataba de costumbres. En una ocasión lastimó a Andy en el brazo con una cuchara. Eso sucedió porque él no quiso comer la sopa, así que empezó a tambalearse un poco, lo más que le era posible moverse y eso provocó que la señora Marie derramara la sopa sobre la mesa. Estaba tan enfadada que tomó la cuchara del plato y como si fuera un cuchillo la clavo en la mano tiesa de Andy. Quizá él no se pueda mover, pero definitivamente él puede sentir todo. Una lágrima rodó por su mejilla, a pesar de no hacer ningún ruido, ningún gesto él sintió mucho dolor.

Llegó la hora de la cena y esta vez la señorita Marie y Andy no faltaron. Cenaron una tarta que ella hizo. Todo fue bastante normal pero por un instante Andy pareció mover uno de sus dedos. ¿Sería acaso eso ser una señal de esperanza para él?
La cena terminó y nuevamente todo se quedó oscuro. Pero yo no hacia más que pensar y pensar. Por alguna razón me sentía intranquilo. Sentía una tormenta en mi interior y un rayo que atravesaba parte de mí. Me esforcé por recordar ese detalle. ¿Quién fue esa persona que vivió aquí hace tiempo? ¿Por qué tenía recuerdos de Andy en una época feliz?  En donde se movía y jugaba en compañía de... Ahí fue cuando un recuerdo más se liberó. Un hombre que abrazaba a Andy cuando éste era un niño. Un hombre cuyo rostro estaba cubierto por una sombra y no me permitía identificarlo. Eso fue lo último que pude recordar.

Pasaron los siguientes dos días tan indiferentes como siempre, pero ese recuerdo no podía sacarlo de mi mente. Entonces algo sucedió. Del otro lado de la puerta se escuchó un grito. Era la señorita Marie. Parecía estarle gritando a Andy. Pocos segundos después Andy entró por la puerta. Tomó una silla y la colocó frente a la puerta para evitar que se abriera. En el día de su cumpleaños Andy recuperó la movilidad de su cuerpo. Pero no parecía feliz por eso. Por el contrario se veía aterrado. Estaba huyendo de algo. Algo aterrador. Un monstruo talvez, quizá algo peor. Estaba huyendo de la señorita Marie. Ella llegó hasta la puerta, se escuchaba como la golpeaba con fuerza mientras le exigía a Andy que la dejara entrar, que tenían que hablar. Pero Andy no estaba dispuesto a hacerle caso, se puso a buscar una forma de salir, pero no había salida alguna. Cayó en la cuenta de que tarde o temprano tendría que abrir la puerta.

Esa mujer era mucho más aterradora de lo que jamás me lo hubiese parecido, excepto quizá en “aquella ocasión”. Andy estaba tan desesperado, buscó algo con que defenderse. La puerta había dejado de escucharse por un rato pero eso solo aumentaba el suspenso en la habitación. Andy tomó un cuchillo y entonces empezó a gritarle a esa mujer.
 – ¡Asesina, tu mataste a mi padre y me has drogado todos estos años para evitar que te delatara! – movió la silla y abrió la puerta. En ese momento lo recordé.

Hace seis años, un hombre vivió aquí, un hombre que tenía un hijo. Ese hombre amaba a su hijo y acechado por la sombra de una mujer malvada supuso que lo mejor era huir de ese lugar. Llevarse a su hijo lejos donde pudieran vivir felices. Pero antes de que él pudiera hacerlo esa mujer le tendió una trampa. Lo envenenó y lo tiró al fuego del horno. El hombre corría de un lado a otro por el cuarto pero esa mujer se aseguró de que ese día no saliera vivo de allí. Mientras su cuerpo consumido por llamas caía al piso ya sin vida ella balbuceaba:
 – No te llevarás a Andy de aquí, no pienso quedarme sola en esta casa, no pienso morir sola y ni tú ni nadie me lo va a impedir –. 
Andy quien en aquel entonces tenía doce años de edad entró gritando – ¡papá, papá no te mueras papá – se lanzó contra esa mujer y quiso atacarla, la empujó al piso. Pensó que ella había quedado inconsciente, se acercó al cuerpo de su padre y llorando desconsoladamente lo abrazó. Por desgracia no vio que la señorita Marie tenía una ampolleta en la mano, la cual contenía una sustancia rara, se acercó sigilosamente y se la clavó en el cuello a Andy.


Al abrir la puerta Andy no vio a la señora Marie. Pero sabia que estaba cerca, sabía que ella no lo dejaría marcharse tan fácilmente. Dio un paso hacia delante pero no tardó mucho en retroceder cuando esa mujer se lanzo hacia él con una jeringa en la mano. Le iba a inyectar la misma sustancia que hace años lo convirtió en prisionero. Pero por suerte logró detener su mano antes de que pudiera lograr su cometido. Fue una larga pelea, pero Andy era más fuerte y logró hacer retroceder a esa horrible mujer.
Yo quería ayudarlo, yo quería apoyarlo y enviar a esa mujer al infierno de donde salió. Pero no podía, estaba sujeto. En ese instante Andy la lanzó contra mí y en ese momento cuando me partí en cientos de pedazos, cuando sentía como me desintegraba, también me sentí libre. Pude ver como pedazos de vidrio se enterraban en su horrible rostro. Ese rostro del mal.

No solo por los cortes en su cara si no también por el golpe en la pared y su avanzada edad, ella no pudo resistir y murió casi al instante. Yo me rompí pero al fin pude salir de ese espejo en el que estuve prisionero tantos años sin memoria, sin sentimientos. Vi el alma de esa mujer salir de su cuerpo. Me veía con asombro y muy asustada como viendo a un fantasma. No pudo decir nada porque fue consumida por la tierra hacia el fuego. El fuego de un lugar donde ella tendría que pagar por los daños que causó.
Luego una luz se abrió desde arriba, sabía que tenía que partir. Por un momento mi mirada se cruzó con la de Andy y aunque no lo sabía realmente, estaba seguro de que él me veía. Desde el momento en que dejé este mundo supe que no podría dejarlo así. Supe que sin importar que no pudiera hacer nada tendría que estar allí para verlo crecer. Para verlo convertido en un hombre por eso me aferré a un objeto. Un objeto en el cual pudiera captar su mirada, un objeto con el cual algún día yo le haría recordar y él a mi, lo felices que fuimos. Sabía que el día que nuestras miradas al fin se cruzaran él sabría que debería ser fuerte y nunca rendirse. Talvez tardó mucho, talvez ya no estaré mas allí pero ahora sabré que va a estar bien y no va a necesitarme porque ya es un hombre. Ahora con una cara de felicidad lo último que tuve para decirle fue: adiós mi amado hijo.

Fin

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