viernes, 9 de diciembre de 2011

El alma del espejo por Arkham

¿Qué puede pasar en la vida de una persona para que cambie radicalmente de un momento a otro? No sabría que decir al respecto, yo simplemente no los entiendo. No entiendo en qué consisten todas esas emociones, todos esos sentimientos de los que tanto hablan. No saber qué se siente poderse mover e ir a un lugar diferente. Conocer lo que hay más allá de esta habitación opaca. Para alguien que ha pasado toda su existencia en un lugar tan falto de vida, o debería decir un algo, el tiempo empieza a pasar cada vez más rápido. Todos los días podía verlos ahí sentados disfrutando de sus alimentos. Me pregunto qué se sentirá comer, cómo será el poder saborear una sopa o cualquier cosa. 

Ella acababa de entrar al comedor, llevaba un largo vestido negro. Su cabello plateado como los cubiertos que usaba para llevarse los bocados a la boca, estaban sujetos por un broche. Sus ojos profundos y negros nunca mostraban ninguna emoción, ninguna alegría y solo en muy contadas y raras ocasiones mostraban mucha rabia. Las arrugas en toda su cara estaban tan marcadas como para dar una pista muy cercana a su edad. No había conocido a muchas personas hasta este momento, solo a pocas que en alguna ocasión llegaron a venir a esta parte de la casa.
A mi parecer esa mujer, a la que todos llamaban señora Marie,  era la mujer más anciana que yo había visto.

Claro no puedo decir con seguridad que lo que hago es ver, pero me parece que es así como ellos lo llaman. Ellos, esas criaturas tan extrañas llamadas “humanos”. Por mi parte yo soy para ellos un simple objeto. Nadie me preguntaría nunca si deseo sentarme a comer con ellos. Nunca nadie me preguntará como estuvo mi día, pues soy un objeto. Soy un ser inanimado al que ellos llaman, “espejo”.

Todavía no he entendido bien el papel que desempeño en esta casa. Todavía no entiendo cuál es mi rol. Sólo sé que en ciertas ocasiones esas personas vienen y se paran frente a mí,  parece como si quisieran que les diera una respuesta, la solución a una interrogante que los aqueja. Otras veces parece que simplemente quieren encontrar algo, como si quisieran hallar algo muy valioso dentro de sus propios ojos. Puedo darme cuenta del porqué me miran. Cuando pasan sus caras frente a mi pueden verse a si mismos. Lo se porque los veo reflejados en sus propios ojos. Lo se porque en repetidas ocasiones toman un peine y lo deslizan sobre sus cabezas muchas veces. La señora Marie es muy estricta en ese aspecto, nunca deja que ni un solo cabello le quede fuera de lugar.

Ya casi era hora de la cena y pronto tenía que traer a esta habitación al pequeño Andy.
Las paredes eran completamente grises, había un horno de piedra que la señora Marie usaba para preparar algunos de sus alimentos. Del otro lado estaba la puerta de madera por la cual ella siempre entraba y salía. En el centro había un comedor bastante viejo y arañado. En una esquina un mueble muy grande de madera que contenía especias, condimentos y no se cuantas cosas mas. En el horno había mucha leña quemándose.
 En una ocasión ya hace mucho tiempo, en ese mismo horno, una de esas pocas persona que en alguna ocasión vinieron aquí, se incendio de la misma manera que esa leña.

Exactamente a las 9 en punto el reloj sonaba repetidas veces. Esa era la hora de la cena. No pasó mucho tiempo después de que el reloj terminara de sonar para que la señora Marie en compañía de Andy entrara por la puerta. Andy lucía tan... desaliñado como siempre. Llevaba puestas las mismas pantuflas que siempre, un suéter café con el nombre Andy bordado en el frente. Su cara era la misma de siempre, tenía una expresión fija en su rostro y  babeaba casi todo el tiempo. Sus cabellos rubios a diferencia de los de la señora Marie, nunca estaban peinados y cada día se veían más maltratados y opacos. El ultimo detalle notorio y que tampoco cambiaba era que a diferencia de las otras personas él no se movía,  parecía estar aferrado a aquella silla con ruedas que la señora Marie tenia que empujar siempre.

Ella tomaba un plato del mueble de madera que estaba en la esquina, sacaba una olla grande del fuego del horno. Recuerdo que muchas veces decía no querer comprar una estufa, que no entendía como funcionaban esas maquinas y que prefería hacer las cosas a la antigua. La olla que sacó tenía adentro un líquido de color rojizo, probablemente la misma sopa que preparaba casi a diario. Seguramente estaba hirviendo, se veía bastante vapor salir del plato. Ella se llevo el plato a un lugar alejado de mi visión por un momento y regresó con él, solo que ahora tenia una cuchara en la mano. Empezó a mover la sopa con la cuchara y  a soplarle para enfriarla, enseguida se la dio a Andy justo en la boca mientras le comentaba que en algunos días sería su cumpleaños.
– Tendremos que prepararte un platillo especial, sólo por ser tu cumpleaños haré un esfuerzo –  decía la señora Marie mientras seguía dándole de comer a Andy. – Cumples dieciocho años, eres ya todo un hombre. Estoy segura de que él estaría muy contento y orgulloso. Es una verdadera lástima que se haya tenido que ir antes de tiempo. ¡Oh! pero que tonta, casi me olvido que es también en estas fechas que se cumplen seis años de su muerte –.

“Muerte”, una palabra un poco rara para mi. No entiendo los alcances ni en lo que consiste ese término. Lo que he podido ver de la muerte es que aquellos que pasan por ella, dejan de moverse y al poco tiempo desaparecen sin que se sepa mucho de ellos. Recuerdo que aquel hombre luego de cambiar por completo el color de su piel a uno bastante oscuro, fue cubierto en un largo manto negro y llevado a rastras fuera del comedor. ¿Es algo que deba causar alegría?, ¿Es acaso algo que deba causar tristeza?

La señora Marie continuó hablando.
 – Mañana debo ponerle algunas veladoras, estoy segura que lo extrañas mucho. Pero seguramente querría que estuvieras contento y disfrutando de un día tan especial como lo es tu cumpleaños –. Andy al fin se había terminado la sopa.
Hubo una época en la que a él no le gustaba comer ninguna clase de sopa. Era en la época en que se movía, aquella época en la que no dejaba de reír y jugar. Pero de eso ya había pasado mucho tiempo.
La señora Marie se llevó a Andy del cuarto. Apagó las luces y no volvió.

La luz al día siguiente no provenía de ningún foco o de la leña del fuego. Era la luz del día. Eso significaba que Andy y la señora Marie estarían de vuelta muy pronto para tomar el desayuno. Cuando entraron ella dejó a Andy justo frente a mi. En ese momento una sensación extraña que nunca antes había sentido recorrió todo mi ser. Fue una sensación que aunque peculiar también me fue particularmente familiar, como si ya antes la hubiera sentido. ¿Porqué yo podía sentirme de esa manera? Nunca había podido sentir absolutamente nada. Pero cuando vi su mirada tan llena de tristeza, cuando vi la sombra oscura que asolaba sus ojos fue como escuchar un grito desgarrador. Un grito que penetró cada fibra sensible de mi ser. No lo había entendido hasta ese momento, él y yo éramos iguales. Estábamos prisioneros, prisioneros de un cuerpo que no permite hacer nada. Un cuerpo que no te permite vivir. Un cuerpo cuyo valor es menospreciado y solo sujeta parte de tu esencia para obligarte a una vida de miseria.

No lo podía creer, estaba sintiendo algo.

Andy a pesar de no poder mover ni el mas ligero músculo de su cuerpo, lo que con sus ojos transmitía era mucho más profundo que cualquier expresión facial. Y en mi mente si es que la tengo, no podía dejar de sentir tristeza y lástima por él. No entendía lo que pasaba.

La señora Marie alejó a Andy para llevarlo al comedor y darle una especie de platillo diferente a la sopa de siempre. Era extraño pero sentía la necesidad de gritar, de decirle a Andy que no confiara en esa mujer. Pero ¿por qué? No importaba, cualquier intención que yo tuviera no podría llevarla a cabo. Y de cualquier manera probablemente Andy ya sabría que no era de fiar, pero ¿qué opción tenia?

Recuerdo en muchas ocasiones a esa mujer mirarse en el espejo, había algo en ella, una especie de energía negativa que la rodeaba. Me parece raro que hasta ahora me empezara a dar cuenta. Pero en ese mismo instante se mostraban frente a mi, muchos otros momentos pasados que lucían difusos, como con una neblina densa. Sólo una imagen pude distinguir. No sólo Andy y esa mujer vivieron en ésta casa.

Tras haber terminado su desayuno Andy y la señora Marie salieron del comedor y por fin esos sentimientos que me estaban confundiendo se desvanecían poco a poco. Fue muy extraño tener esa repentina conexión con la mirada penetrante de aquel chico, pero ya no importaba, nada de lo que pudiera pasar iba a cambiar que solo soy un objeto, no tendría porque sentir nada por nadie. No debería poder sentir nada por nadie. Y lo más intrigante ¿por qué ahora? ¿Por qué solo hasta este momento puedo sentir? Tengo años adornando la pared, gritando y deseando saber qué es lo que ellos ven, qué perciben, porqué tantas dudas, porqué tantas palabras cuyo significado ni si quiera se puede explicar. ¿Por qué ahora? ¿Sería que en todos estos años ni siquiera una sola vez me di cuenta de su desesperación? Es que ¿acaso nunca lo había visto así de cerca como para poder siquiera inmutarme un poco por la sensación transmitida de un rostro que solo refleja agonía? No lo se. Lo que definitivamente si se, es que era una sensación horrible, si era esto lo que ellos llaman sentimientos, no quería tenerlos de nuevo, no era lógico querer sentir algo tan horrible.
Sin embargo, quedé intrigado y si el costo de averiguar un poco más acerca del origen de esa situación es volver a revivir esa sensación tan desagradable, estoy seguro de que prefiero quedarme con los pensamientos nublosos. 

El cumpleaños de Andy será en tres días. La tarde pasó y ellos no vinieron a comer, lo cual era raro pues la señora Marie era una mujer extremadamente estricta cuando se trataba de costumbres. En una ocasión lastimó a Andy en el brazo con una cuchara. Eso sucedió porque él no quiso comer la sopa, así que empezó a tambalearse un poco, lo más que le era posible moverse y eso provocó que la señora Marie derramara la sopa sobre la mesa. Estaba tan enfadada que tomó la cuchara del plato y como si fuera un cuchillo la clavo en la mano tiesa de Andy. Quizá él no se pueda mover, pero definitivamente él puede sentir todo. Una lágrima rodó por su mejilla, a pesar de no hacer ningún ruido, ningún gesto él sintió mucho dolor.

Llegó la hora de la cena y esta vez la señorita Marie y Andy no faltaron. Cenaron una tarta que ella hizo. Todo fue bastante normal pero por un instante Andy pareció mover uno de sus dedos. ¿Sería acaso eso ser una señal de esperanza para él?
La cena terminó y nuevamente todo se quedó oscuro. Pero yo no hacia más que pensar y pensar. Por alguna razón me sentía intranquilo. Sentía una tormenta en mi interior y un rayo que atravesaba parte de mí. Me esforcé por recordar ese detalle. ¿Quién fue esa persona que vivió aquí hace tiempo? ¿Por qué tenía recuerdos de Andy en una época feliz?  En donde se movía y jugaba en compañía de... Ahí fue cuando un recuerdo más se liberó. Un hombre que abrazaba a Andy cuando éste era un niño. Un hombre cuyo rostro estaba cubierto por una sombra y no me permitía identificarlo. Eso fue lo último que pude recordar.

Pasaron los siguientes dos días tan indiferentes como siempre, pero ese recuerdo no podía sacarlo de mi mente. Entonces algo sucedió. Del otro lado de la puerta se escuchó un grito. Era la señorita Marie. Parecía estarle gritando a Andy. Pocos segundos después Andy entró por la puerta. Tomó una silla y la colocó frente a la puerta para evitar que se abriera. En el día de su cumpleaños Andy recuperó la movilidad de su cuerpo. Pero no parecía feliz por eso. Por el contrario se veía aterrado. Estaba huyendo de algo. Algo aterrador. Un monstruo talvez, quizá algo peor. Estaba huyendo de la señorita Marie. Ella llegó hasta la puerta, se escuchaba como la golpeaba con fuerza mientras le exigía a Andy que la dejara entrar, que tenían que hablar. Pero Andy no estaba dispuesto a hacerle caso, se puso a buscar una forma de salir, pero no había salida alguna. Cayó en la cuenta de que tarde o temprano tendría que abrir la puerta.

Esa mujer era mucho más aterradora de lo que jamás me lo hubiese parecido, excepto quizá en “aquella ocasión”. Andy estaba tan desesperado, buscó algo con que defenderse. La puerta había dejado de escucharse por un rato pero eso solo aumentaba el suspenso en la habitación. Andy tomó un cuchillo y entonces empezó a gritarle a esa mujer.
 – ¡Asesina, tu mataste a mi padre y me has drogado todos estos años para evitar que te delatara! – movió la silla y abrió la puerta. En ese momento lo recordé.

Hace seis años, un hombre vivió aquí, un hombre que tenía un hijo. Ese hombre amaba a su hijo y acechado por la sombra de una mujer malvada supuso que lo mejor era huir de ese lugar. Llevarse a su hijo lejos donde pudieran vivir felices. Pero antes de que él pudiera hacerlo esa mujer le tendió una trampa. Lo envenenó y lo tiró al fuego del horno. El hombre corría de un lado a otro por el cuarto pero esa mujer se aseguró de que ese día no saliera vivo de allí. Mientras su cuerpo consumido por llamas caía al piso ya sin vida ella balbuceaba:
 – No te llevarás a Andy de aquí, no pienso quedarme sola en esta casa, no pienso morir sola y ni tú ni nadie me lo va a impedir –. 
Andy quien en aquel entonces tenía doce años de edad entró gritando – ¡papá, papá no te mueras papá – se lanzó contra esa mujer y quiso atacarla, la empujó al piso. Pensó que ella había quedado inconsciente, se acercó al cuerpo de su padre y llorando desconsoladamente lo abrazó. Por desgracia no vio que la señorita Marie tenía una ampolleta en la mano, la cual contenía una sustancia rara, se acercó sigilosamente y se la clavó en el cuello a Andy.


Al abrir la puerta Andy no vio a la señora Marie. Pero sabia que estaba cerca, sabía que ella no lo dejaría marcharse tan fácilmente. Dio un paso hacia delante pero no tardó mucho en retroceder cuando esa mujer se lanzo hacia él con una jeringa en la mano. Le iba a inyectar la misma sustancia que hace años lo convirtió en prisionero. Pero por suerte logró detener su mano antes de que pudiera lograr su cometido. Fue una larga pelea, pero Andy era más fuerte y logró hacer retroceder a esa horrible mujer.
Yo quería ayudarlo, yo quería apoyarlo y enviar a esa mujer al infierno de donde salió. Pero no podía, estaba sujeto. En ese instante Andy la lanzó contra mí y en ese momento cuando me partí en cientos de pedazos, cuando sentía como me desintegraba, también me sentí libre. Pude ver como pedazos de vidrio se enterraban en su horrible rostro. Ese rostro del mal.

No solo por los cortes en su cara si no también por el golpe en la pared y su avanzada edad, ella no pudo resistir y murió casi al instante. Yo me rompí pero al fin pude salir de ese espejo en el que estuve prisionero tantos años sin memoria, sin sentimientos. Vi el alma de esa mujer salir de su cuerpo. Me veía con asombro y muy asustada como viendo a un fantasma. No pudo decir nada porque fue consumida por la tierra hacia el fuego. El fuego de un lugar donde ella tendría que pagar por los daños que causó.
Luego una luz se abrió desde arriba, sabía que tenía que partir. Por un momento mi mirada se cruzó con la de Andy y aunque no lo sabía realmente, estaba seguro de que él me veía. Desde el momento en que dejé este mundo supe que no podría dejarlo así. Supe que sin importar que no pudiera hacer nada tendría que estar allí para verlo crecer. Para verlo convertido en un hombre por eso me aferré a un objeto. Un objeto en el cual pudiera captar su mirada, un objeto con el cual algún día yo le haría recordar y él a mi, lo felices que fuimos. Sabía que el día que nuestras miradas al fin se cruzaran él sabría que debería ser fuerte y nunca rendirse. Talvez tardó mucho, talvez ya no estaré mas allí pero ahora sabré que va a estar bien y no va a necesitarme porque ya es un hombre. Ahora con una cara de felicidad lo último que tuve para decirle fue: adiós mi amado hijo.

Fin

lunes, 5 de diciembre de 2011

A través del espejo por Miss Schizophrénie

La vida solo es un reflejo de lo que queremos ver, aunque la mía consiste en que vean lo que yo quiero que vean.
He estado por muchos años guardado en un viejo sótano repleto de polvo dónde la vieja me ha guardado. Me imagino que no le gustó lo que vio en mi y se ha esmerado en tenerme en cautiverio por más de 4 décadas.
Pero hoy mi suerte a cambiado; la vieja ha fallecido y en su testamento ha dejado todas sus pertenencias a su única nieta, así que mis días en esta pocilga han terminado.
Justamente hoy ha llegado con su familia a recorrer la casa y ver qué se llevarán consigo y qué venderán. La verdad es que la vieja tenía pura basura y lo más probable es que todo lo vendan si no es que se va directo a la basura.
Pero eso no pasará conmigo; soy una reliquia hermosa y eso ha sido mi gran virtud desde que fui creado. Nadie en siglos ha podido resistirse a mi belleza y he llegado a ser un motivo de disputas a muerte, así que no me preocupo en lo absoluto.
Escucho cómo rechina la madera podrida de las escaleras del sótano, pero no puedo ver quién es. La estúpida vieja me ha tapado con una horrible cobija gruesa, pero logro escuchar que los pasos son cortos y livianos, así que  puedo imaginar que es la pequeña a la que escuché llorar cuando llegaron.
Los pasos son más cercanos, así que sé que está muy cerca de mi. ¡Vamos pequeña, tira de esta mugrosa cobija!
Sus pasos son inseguros, los atribuyo a la edad. Veo como la tela pesada se mueve, escucho como gime del esfuerzo y cuando da un paso hacia atrás escucho un estruendo de latas y basura de la vieja.
La pequeña solo alcanza a destaparme un poco antes de caerse. Alcanzo a ver parte de mi entorno y está tal y como lo vi hace más de 4 décadas; oscuro con pequeñas ventanas altas que permiten pasar un haz de luz débil. Veo a la niña tirada de nalgas llorando escandalosamente; me doy cuenta que no pasa de los 4 años y mi ánimo asciende porque sé que podré divertirme demasiado con ella. Escucho pasos apresurados dirigirse hacia nosotros. Baja lo que supongo es la madre, de ahí veo a una chica aproximadamente de 17 años detrás de ella, supongo que es la hija mayor, y por último y con más calma veo al que supongo es el padre de familia.
La madre grita cosas, típicas de una madre descuidada que trata de culpar a su esposo o a su hija la falta de responsabilidad de ella. Carga a la pequeña y le soba el trasero, hablándole como si tuviera problemas de lenguaje, supongo que así es como les gusta hablarles a los pequeños. Se dan cuenta que la caída no fue nada grave y la pequeña termina de llorar mientras su madre le hace gestos extraños  usando esa voz tan irritante. La joven al ver que la situación está controlada comienza a curiosear por el sótano; “pura basura” es lo que leo en su rostro, hasta que su mirada se cruza conmigo, su expresión cambia y se acerca a quitarme completamente la mugrosa cobija que su pequeña hermana no pudo hacer con éxito.
Todos me miran asombrados; siempre he tenido ese efecto pero supongo que la basura de la vieja aportó a la causa. ¿Cómo una cosa tan bella y maravillosa como yo estaría en un lugar tan horrible y lleno de basura como ese? En ese momento lo supe con certeza; me llevarían consigo.

Después de un par de horas de empacar la basura de la vieja en cajas, vamos rumbo al nuevo hogar.
La nueva familia es… peculiar; la madre es descuidada con su familia,  el padre es indiferente, la joven es manipuladora y la pequeña es berrinchuda. Una excelente familia donde estar.
Llegamos a un suburbio tranquilo y estacionamos en una casa mediana con un gran patio. Al bajar, el esposo es el que me baja de la camioneta y me lleva al interior, una casa amplia por dentro y comienza a buscar dónde colocarme. Al final de un debate deciden que estaré en la sala de estar para que sea ecuánime el asunto.
Comienzo a pensar que será una experiencia interesante.

+++

Han pasado dos semanas desde mi llegada al nuevo hogar. He estudiado más a ésta familia y me he dado cuenta de detalles a mi favor; la esposa es descuidada con su familia porque ella no quiere ser ama de casa: perdió su empleo como publicista en una importante revista de economía. El padre es un importante abogado en una firma privada que tiene un amorío con su secretaria. La joven es la más popular de su colegio y por ende se ha convertido en una adolecente superficial con una vida sexual realmente activa y la pequeña es berrinchuda por ser la consentida en casa.
Presiento que es el momento de que mi llegada a este hogar sea productivo.

Es Jueves por la noche, el padre aún no ha llegado para cenar y Alice (el nombre de la madre) se encuentra nerviosa, muy por dentro sabe del amorío laboral de su esposo. La joven está en su recamara y la pequeña duerme en el sillón grande.  Alice camina con el teléfono inalámbrico por la sala de estar tratando de comunicarse al teléfono celular de Ralph (el esposo, según entiendo) pero este no contesta. Pasa frente a mi varias veces sin prestarme atención. ¡Estúpida ilusa! ¡Tienes que ver la realidad y yo soy el indicado para eso! Un último intento de comunicarse fallido y vota el teléfono a un sillón. Cansada se talla los ojos con los dedos de la mano izquierda. Voltea mirando a su alrededor y me mira ¡Al fin! Frunce el ceño y se acerca lentamente a mi. Se da cuenta que hay algo extraño en su reflejo, ¡Por supuesto, ilusa! ¡Es lo que yo quiero que veas! ¿Qué es lo que ve? Se ve a sí misma sonriéndose, con sus antiguos trajes ejecutivos Dolce&Gabbana, su nextel del trabajo y detrás de ella su antigua oficina. Alice se acerca más sin darle crédito a lo que ven sus ojos.  La Alice del espejo sigue sonriendo y cuando se acerca lo suficiente le susurra “ perdedora” y se convierte en la Alice ama de casa, con ojeras marcadas, las arrugas más visibles, con la pequeña en brazos y el esposo en el sillón haciendo el amor con la secretaría. Alice grita muy fuerte y corre a su recamara llorando. La pequeña Annie despierta sobresaltada por el grito de su madre y comienza a llorar. Leah sale corriendo de su habitación a causa del grito de su madre y el llanto de su hermana, carga a Annie preguntándole si se encontraba bien y se dirige a la recamara de Alice.
Mi primera tarea está realizada…

Dos días después me doy cuenta que Alice no comentó nada de lo ocurrido el Jueves por la noche.
Es sábado al medio día y la familia tiene un día de camping con amigos de su vecindario. Se preparan para lo que promete ser una tarde aburrida con relatos viejos y comida desabrida. Leah está inconforme porque en la noche tendrá un concierto con sus amigos, al cual su madre no quiere que vaya.
Leah camina por la sala de estar con el teléfono en su oído mientras su familia se encuentra subiendo las cosas a la camioneta para el camping. Al parecer habla con una tal “Jenelle”  y su vocabulario pasa a insultos contra su madre.
Termina colgando el teléfono prometiendo que iría al concierto, sin importar lo que tuviera que hacer.
Se acerca a mi para corregirse el maquillaje y comienza a ver a una Leah más gorda, con arrugas marcadas, su vientre plano con un arete en el ombligo se convierte en una barriga de embarazo, con una mano fuma un cigarrillo y con el otro carga a una pequeña que sabe es hija suya. Se escucha un grito ahogado de la garganta de Leah y se va a su habitación con pasos apresurados. ¡Así es como te verás en cinco años! ¡Estúpida!
Alice entra a la sala de estar y me doy cuenta de que trata de evitar cruzar su mirada conmigo… Tarde o temprano me verás. Va directo a la habitación de Leah y le dice que deben irse, Leah está pálida pero Alice no se da cuenta o no le importa.  Se van y yo me siento vivo otra vez.

Por la noche regresa la familia exhausta del camping. Alice carga a Annie dormida, Leah tiene el delineador corrido por las lágrimas; al parecer fue un rotundo no al permiso del concierto, y Ralph solo quiere irse a la cama.
Alice va a la sala de estar otra vez tratando de evitar verme.  Se sienta frente al gran televisor y trata de ver un poco la tv.  Ralph avienta su chaqueta al sillón y anuncia que irá a dormir, sube y se escucha la puerta de la recamara cerrarse.
Pasan 20 minutos cuando el sonido de un vibrador sale de la chaqueta de Ralph, Alice voltea extrañada y se acerca a él. Saca su celular y se da cuenta de que una llamada quiere entrar, el nombre que marca es el de su secretaria,  Alice descuelga el teléfono sin decir ninguna palabra y escucha a la persona al otro lado de la línea. No sé qué habrá escuchado pero su cara expreso que no fue nada bueno y supe que está la oportunidad que había estado esperando. Alice comenzó a mirar a todos lados aturdida y su esfuerzo por evitarme fue en vano, cuando me miró yo ya sabía qué era lo que quería que viera; ahí estaba Alice con el teléfono en la oreja, con cara demacrada, y detrás de ella estaba la secretaría hablando por teléfono, riéndose de Alice. Ésta empieza a llorar y avienta el celular al suelo haciéndose pedazos, la imagen que ve en mi sigue riéndose de ella ahora a carcajadas. La Alice reflejada se va y momentos más tarde regresa vestida como solía hacerlo la vieja Alice con un cuchillo en la mano.  La verdadera Alice queda confundida y llora ¡Sabes lo que debes hacer! ¿Por qué te toma tanto tiempo darte cuenta de eso?
Después de unos minutos veo que se limpia las lagrimas, creo que lo he logrado, se va a la cocina y escucho el cajón donde están los cubiertos, imagino que fue por el cuchillo. Escucho que sube las escaleras y se abre una puerta ¡Al fin, carajo! Se escucha un grito de Ralph y cosas que caen. De repente todo se queda en silencio. Otra puerta se abre, veo que Leah sale espantada por el grito de su padre y se encuentra conmigo. Le muestro de nuevo a la Leah de 5 años después, y detrás de ella a su madre ensangrentada. Leah comienza a llorar y trata de apartar su mirada de mi, pero le resulta casi imposible. Annie se despierta y sale también, entonces se encuentra a Leah en la sala de estar y se acerca a ella. Yo le muestro a Leah que ella no  es Annie sino la bebé que tenía en brazos en la mañana de ese mismo día. Leah comienza a gritar y a golpear a Annie gritando que ella no era real, que ella no era su hija. Annie grita y llora mientras Leah la  golpea, hasta que la levanta y la avienta a la mesa de estar, su cabeza choca contra la mesa y empieza a salir sangre de ella. Annie ya no llora ni grita, ni siquiera se mueve.
Alice baja corriendo las escaleras y encuentra a Leah llorando y a Annie en el suelo sobre un charco de sangre. Leah ve a Alice ensangrentada y grita desesperada.
Alice no puede creer lo que ve y corre contra Leah a golpearla, ésta se logra zafar de ella y corre a la cocina, escucho otra vez el cajón de cubiertos, Alice trata de alcanzarla, se escuchan forcejeos y gritos, al final escucho como si cortaran algo y un par de minutos más tarde solo escucho la respiración agitada y sollozos de una. No puedo distinguir quién de las dos es.
Pasan 20 minutos y la casa es una tumba silenciosa interrumpida por sollozos ahogados de la desconocida sobreviviente. Solamente me falta una para cumplir mi propósito pero no sé  aún cómo atacar porque desconozco quien sea.
Debo confesar que fue bastante sencillo y rápido, pensé que me darían más batalla, pero al parecer sólo fui la chispa que detonó a un gran barril que gasolina. Aunque la satisfacción que siento es auténtica,  la victoria fue demasiado rápida.
De pronto escucho que se abre la puerta trasera y sale la desconocida. Tarda menos de 5 minutos y vuelve a entrar. Me doy cuenta de que regresa a la sala de estar y, sorprendido y a la vez satisfecho, me doy cuenta que la sobreviviente es Alice. Pero  Alice me mira extrañamente. Tiene algo en la mano que no logro ver porque lo mantiene en la espalda.
-“¡Tú!... – me dice - ¡tú, maldito espejo! ¡Haz hecho que mate a mi familia! ¡Tú eres el responsable de todo esto!
Escucho su rabia a través de sus palabras, trato de hacer mi jugada pero ella es rápida y me muestra qué era lo que escondía en la mano; una roca de jardinería que adorna el sendero trasero. ¡La maldita quiere romperme! Antes de que pueda hacer algo al respecto veo que la  roca ya no está en su mano, sino en el aire en dirección mía. Escucho el estruendo, siento que caigo, me desprendo en partes  y tengo ahora varios puntos de vista. ¡La maldita me ha roto! ¡La estúpida perra se atrevió a destrozar una pieza de arte como yo!
Me doy cuenta que empiezo a ver borroso y a escuchar más lejos todo. Pero alcanzo a ver con una de mis partes que Alice se tumba de rodillas en el suelo y toma una parte de mí, la lleva a sus muñecas y se hace fuertes cortes desde el codo hasta la muñeca,  en una diagonal, en ambos brazos…
Pierdo la visión y el audio, pero sé que lo he logrado.




Reflejos carmesí por Cecilia Anchondo

Era una mañana como cualquier otra, los primeros  rayos del sol comenzaban a entrar por la ventana, dirigiendo su luz hacia cada rincón de la habitación, todo indicaba que sería un día como cualquier otro, Lidia no tardaría en escuchar el sonido del despertador, saltar de la cama y salir apresuradamente al trabajo como solía hacerlo diariamente; sin embargo, los minutos transcurrían, y ella seguía ahí, inmersa en un profundo sueño. El despertador se detenía y a los pocos minutos comenzaba a sonar de nuevo, la preocupación se hacía cada vez más fuerte en mí. De pronto, la puerta se abrió de golpe, se trataba de Carlos, el compañero de casa y gran amigo de Lidia, que había escuchado el despertador sonar desde hacía ya media hora. Se dirigió a la cama donde yacía su compañera, intentado despertarla pero fue en vano, lo que al principio eran risas y burlas por haberse quedado dormida, se fueron transformando en gritos y llantos de desesperación, los cuales poco a poco se iban haciendo más fuertes, hasta que, resignado tomó el teléfono e hizo una llamada. No pude escuchar  nada, solo lo vi salir apresuradamente de la habitación con los ojos bañados en lágrimas y regresar minutos más tarde con un par de personas más. Durante un buen rato entraron y salieron personas que revisaron a Lidia, para luego cargarla y sacarla de la habitación.
Posteriormente entraron otras personas al cuarto, al parecer buscaban algo que no lograron encontrar, tomaron algunas de las pertenencias de Lidia y salieron.
El resto del día el cuarto permaneció en silencio, solo se escuchaban los ruidos de la calle, y los niños del departamento de al lado que jugaban y gritaban. No sabía ni entendía qué era lo que había ocurrido, ¿Porqué se llevaron a Lidia?, ¿Acaso enfermó?, y si es así ¿Porqué Carlos se veía tan angustiado?, mis preguntas continuaban y cada vez surgían nuevas interrogantes en mí que deseaba fueran aclaradas; sin embargo, nadie regresaba, no escuchaba la puerta, oscurecía y yo seguía sólo en aquel cuarto.
Ya a avanzadas horas de la noche, escuché como la puerta principal se abría, ¿Sería Lidia que había vuelto?, esperé con ansias a que entrara al cuarto, pero no fue así, al parecer solo era Carlos y al instante salió de nuevo.
El día siguiente fue igual, triste y solitario durante toda la mañana, hasta que horas más tarde llegaron los padres de Lidia; ellos me habían llevado a ese lugar hacía apenas unas cuantas semanas, recuerdo perfectamente ese día, justamente en su cumpleaños número veinticinco. Lidia se acababa de mudar a este departamento, y sus padres le regalaron varios muebles que le serían necesarios, entre ellos yo, un espejo. A partir de entonces, Lidia cada mañana se despertaba, me miraba mientras se arreglaba y se iba a su trabajo, permanecía solo el resto del día, y por la noche ella llegaba a dormir, repitiéndolo día con día.
Ambos vestían de negro y tenían una expresión de profunda tristeza en sus rostros, una expresión que jamás había visto, yo seguía sin entender el porqué de todo lo que había estado sucediendo. Raquel, su madre se sentó sobre la cama, tomó la almohada con fuerza, apretándola contra su pecho mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, acto seguido, fue consolada por Rubén, su marido, quien la abrazó con cariño, conteniendo el llanto que se hacía cada vez más presente.
Ninguno de los dos dijo una palabra durante varios minutos, quizás horas, hasta que de pronto, la señora rompió el silencio, soltó la almohada que tenía entre los brazos, lanzándola de un golpe hacia mí, gritando y preguntándose porqué le había ocurrido eso a su hija, porqué a alguien que apenas comenzaba a vivir; fue entonces cuando finalmente lo entendí, o quizás simplemente no había querido considerar esa opción, Lidia no volvería jamás, había caído en ese sueño profundo del cual nadie regresa, Lidia había muerto.
Rubén tomó la mano de Raquel, mientras la invitaba a salir de la habitación, no era bueno para ninguno de ellos permanecer en ese lugar, que a cada instante que transcurría se convertía en un mar de recuerdos cada vez más profundo que los ahogaba en llanto, sin que hubiera algo que pudieran hacer al respecto.
Pasaron días, en los que el cuarto estuvo totalmente solo, se escuchaba como Carlos llegaba y salía de la casa, pero sin atreverse nunca a ir más allá de su habitación, y saliendo de nuevo a los pocos minutos; no era de esperarse otra actitud, después de todo, ambos habían sido grandes amigos desde la infancia, y la pérdida de Lidia representaba un golpe bastante fuerte para él también.
Cuando así lo creyó conveniente Carlos tomó valor y entró al cuarto que había estado evadiendo, se sentó en la cama mirando fijamente hacia mí e imaginando como la silueta de Lidia se posaba a su lado, la veía en mí, observaba como sonreía y se iluminaba su rostro, pasó horas sentado mirándome, recordando aquellos viejos tiempos en los que estando juntos el tiempo volaba, perdiéndose en el recuerdo de aquellos ojos que tanto desearía volver a mirar. Y así permaneció un largo rato, hasta que de golpe, se levantó y salió de prisa, azotando la puerta.
Al día siguiente ocurrió lo mismo, Carlos pasó horas sentado frente a mi, por momentos se levantaba y acariciaba el cristal como si estuviera sintiendo algo más, susurraba y me hablaba como si fuera Lidia, confesándome lo mucho que la había amado, y lo cobarde que había sido al no ser capaz de decirlo nunca, cada vez era más el tiempo el que pasaba en ese estado, era como si se desconectara de la realidad y permaneciera en un mundo paralelo en el cual podía estar con su amada a pesar de lo ocurrido, y así, sin pensarlo ni desearlo, y peor aún sin siquiera darse cuenta, estaba viviendo completamente dentro de una fantasía.
Como era de esperarse, esta situación empezó a repercutir en su vida, faltaba a su trabajo, no comía, no dormía, dejó de ser él mismo para convertirse en un Carlos que vivía en base a un recuerdo, ahora solo me miraba fijamente durante horas y horas, creyendo estar en un mundo en donde podía ser feliz.
Una semana después, volvieron los padres de Lidia, dispuestos a llevarse sus pertenencias, encontrando a Carlos ojeroso, con apariencia de no haber dormido durante días, y mirando, como ya era costumbre, fijamente hacia mí, le hablaron, trataban de llamar su atención pero era inútil, se encontraba inmerso en su fantasía, se escuchaba como susurraba algunos balbuceos inentendibles, pero pese a los intentos de Raquel y Rubén, no reaccionaba ni desviaba la mirada, solamente sonreía, para luego comenzar a cantar una canción, una canción que Raquel logró identificar inmediatamente, era una vieja canción de cuna que Carlos compuso y que solía cantar a Lidia desde que eran niños, y que representaba para ambos un símbolo de que siempre estarían juntos y de que su amistad perduraría a través del tiempo.
Tanto Raquel como Rubén permanecieron atónitos durante algunos minutos, Rubén se acercó sigilosamente a Carlos, dando una suave palmada en su hombro e invitándolo a acompañarlo fuera de la habitación, éste se estremeció y por fin se percató de que ya no estaba solo en la habitación, miró a Rubén, y éste le explicó que se llevarían las pertenencias de Lidia, que sabían lo difícil que era para todos, pero que era momento de aceptar la realidad, y continuar cada quien con su vida como a Lidia le habría gustado. Carlos soltó un grito de exaltación que retumbó en la habitación, gritaba que no era verdad, que Lidia estaba ahí, que podía verla, podía sentir su suave piel y escuchar su voz si se acercaba lo suficiente, Raquel comenzó a llorar, aterrorizada de ver  a Carlos, quien era como su segundo hijo en esas condiciones, mientras que Rubén intentaba calmarlos a ambos, aparentemente sin éxito alguno.
Finalmente el silencio reinó en el lugar, y segundos más tarde Carlos lo rompió, rogándole a Rubén y a Raquel que le permitieran pasar unos días más ahí, les explicó lo difícil que había sido para él encontrarla así, justamente cuando tenía planeado confesar lo que desde siempre había sentido por ella, que necesitaba permanecer solo durante algunos días y convencerse a sí mismo de lo ocurrido.
Aunque al principio ambos padres se negaron preocupados por la salud y seguridad del joven, éste terminó convenciéndolos y terminaron  aceptando, lo dejarían dos días más, pero con la condición de que después trataría de normalizar su vida, y de ser necesario, mudarse de ese lugar. Carlos salió acompañado de ellos a dar un paseo y tomar un poco de aire fresco que ya necesitaba.
El resto del día el silencio reinó la casa, al parecer Carlos seguía con los padres de Lidia, y cumplía con su parte del trato, y no fue hasta ya entrada la noche cuando regresó a la casa, entró primero a su cuarto, se escuchó la regadera, seguida de algunos ruidos, y después se dirigió hacia mí, vistiendo un elegante traje negro, con aquella corbata morada a cuadros que tanto le gustaba a Lidia, pude observar como en su mano derecha sostenía un ramo de rosas rojas, mientras que la derecha la ocultaba en el interior de su bolsillo. Se acercó temeroso hacia mí, acercando el ramo de rosas hasta hacerlo topar con el cristal cegado por su ilusión que lo hacía ver a Lidia detrás de él, y en medio de dicha fantasía le confesó su amor, pidiéndole que se casara con él mientras sacaba su mano derecha del bolsillo con un precioso anillo de diamantes. Se sentó en la cama a esperar la respuesta, sin embargo, pasaba el tiempo, y como era de esperarse, la respuesta no llegaba. Comenzó a impacientarse hasta que salió de la habitación desconcertado, lanzando el ramo de rosas al cesto de la basura, y dejando caer el anillo al girar la perilla de la puerta.
Por un instante creí que había comprendido el error en que se encontraba, llegué a pensar que se había dado cuenta de que Lidia en realidad no existía más, que no la volvería a ver y que su locura solo lo estaba afectando más día con día, pero lamentablemente ocurrió todo lo contrario y fue entonces que descubrí que lo que había presenciado anteriormente era solo el comienzo de lo que estaba por venir.
Carlos volvió al instante con un martillo en la mano y con una mirada furiosa, comenzó a decir cosas que no podía entender mientras caminaba hacia mí, conforme se acercaba podía escuchar lo que decía, me culpaba de lo ocurrido, su locura lo había convencido de que yo tenía presa a Lidia y que debía atravesarme para poder llegar hacia ella para poder así alcanzar finalmente la felicidad que durante tanto tiempo no tuvo el valor de buscar, ahora yo era el obstáculo, y al atravesarme a mí, un simple espejo, el hechizo quedaría roto.
Fue así como tomó el martillo y lo estrelló con fuerza contra mí, mi visión se comenzó a nublar, veía manchas de colores que solo durante poco tiempo pude distinguir, Carlos gritó desesperado, tomó las partes de mí que se encontraban en el piso y las sujetó con fuerza, mientras lloraba arrepentido de lo que había hecho; ahora aquel mundo mágico que lo hacía sentirse cerca de su amada estaba desapareciendo, lo había destruido con sus propias manos y jamás podría repararlo. Miró hacia el pedazo más grande de los que quedaban y pudo ver en él la imagen de Lidia agitando su mano hacia los lados en señal de despedida hasta desvanecerse por completo en aquél trozo de cristal.
El joven, arrepentido de lo que había hecho, tomó uno de los fragmentos que yacían en el suelo y lo clavó contra su pecho, pudiendo escapar al fin de la fantasía que lo llevó a su perdición. De pronto, y en cuestión de segundos mi visión se tornó completamente roja, pudiendo escuchar un último gemido de dolor, seguido de silencio, un silencio total y eterno.