jueves, 17 de marzo de 2011

Historia Ganadora

Nebel por Christian I. Domínguez




Nebel

CAPITULO I
La cosa

Aquí en Rosenzweig, Alemania nunca pasa nada. Vosotros pensarais que es aburrido pero para nosotros, los pocos habitantes, es el paraíso. Nuestro pueblo está ubicado frente al mar más hermoso que vuestros ojos puedan ver; es extenso y calmado, de color turquesa que brilla con los rayos dorados del sol. La arena es fina y suave como la de ningún otro lugar, uno parece caminar entre nubes cuando posa sus pies en ella. Y por si fuera poco, estamos rodeados por un espeso y delicioso bosque abundante en flora y fauna que maravilla a los ojos de cualquiera. Si esto no os sorprende, pues os diré algo que sí lo hará.
Lo que estáis a punto de escuchar ocurrió hace no tanto. Quisiera decir una fecha exacta pero aquí el tiempo pasa tan inadvertido que a veces perdemos la noción de todo; podrían pasar años y nosotros pensaríamos que han sido sólo un par de meses. Pues bien, una madrugada de agosto nos percatamos de una extraña mancha obscura en el cielo; parecía tan lejana como para preocuparse, pero tan cercana como para pasarla por alto. Los primeros en notarlo fuimos nosotros, los pescadores del pueblo, pero creímos que era la lluvia que comenzaba a formarse. Al transcurrir las horas nos dimos cuenta de que la nube crecía y parecía acercarse al puerto, no era motivo para preocuparse pero cuando notamos que el mar comenzaba a agitarse conforme aquella nube avanzaba contra el viento, nos interesamos más en descubrir lo que estaba detrás de “la cosa”, como comenzamos a llamarla.
La poca audiencia de las primeras horas de la madrugada, se convirtió en una multitud antes del medio día. Todos se abarrotaron en el muelle para observar el siniestro fenómeno que algunos encontraban entretenido, otros, aterrador. Debo confesaros que yo estaba entre la línea delgada que divide la curiosidad y la fascinación, mis ojos nunca habían visto algo parecido.
Entrada la tarde la “cosa” pareció descender de los cielos hasta casi fundirse con el mar enfurecido. Una fuerte brisa amenazaba con convertirse en tormenta en cualquier minuto, pero nadie se movió de ahí. Ni siquiera cuando el cielo se nubló tanto que parecía que en cualquier momento anochecería, aunque faltaban más de cinco horas para el ocaso. Nada hizo que apartáramos la mirada de la cosa, que seguía avanzando contra el viento cada vez más fuerte. Llegó un momento en el cual el mar pareció evaporarse, elevándose en un espeso humo blanco. Ya no se veía nada más allá de pocas millas, todo era blanco. Y pronto el blanco se fue adueñando del mar y del cielo, hasta impedir la visibilidad por completo.
Las mujeres abrazaron a sus hijos que comenzaron a chillar de miedo, los hombres también parecieron aferrarse a los rosarios que llevaban en sus bolsillos, unos más dijeron alguna plegaria en silencio, pero todos permanecimos serenos… hasta que la inmensa nube siguió avanzando en dirección al pueblo. El pánico comenzó cuando algunas mujeres lanzaron gritos de terror al intentar alejarse del muelle. Los ahí presentes se empujaron unos a otros con tal de llegar a sus hogares antes que la nube.
-¡No temáis hijos míos! – gritó el sacerdote entre la multitud – ¡Es sólo niebla!
Nadie parecía escuchar, por el contrario, todos corrieron más rápido aún.  Sólo algunos curiosos permanecimos en donde estábamos, hipnotizados por la peculiaridad del fenómeno hasta que el miedo nos hizo despertar del letargo. Algunos corrieron hasta sus hogares, pero yo me quedé ahí. Con gran inquietud descubrí que el pueblo entero estaba inundado en la niebla, y silencio. Para mí, que estoy acostumbrado al barullo, fue impactante encarar la ausencia de todo sonido.
Estaba yo completamente distraído con lo que mis ojos habían visto y muy tarde me percaté de que estaba yo rodeado por aquella cosa; era como un manto suave y húmedo que me acariciaba, me arrullaba, me seducía. Cerré los ojos fascinado con la brisa perfumada; olía a lluvia, a bosque, a mar. Pero entonces tuve que abrir mis ojos al escuchar las voces. No lograba entender nada, era una lengua extraña que no he escuchado jamás. Parecían venir de la misma persona, pero decía tantas cosas a la vez que resulta imposible que pertenezcan a un solo hombre. Me sentí aterrado al no saber dónde estaba, así que intenté caminar en dirección a mi casa pero me encontraba perdido. Pronto la situación empeoró; un fuerte olor a tierra podrida impregnó la bahía, y por si fuera poco empecé a escuchar pasos, aleteos, rugidos, docenas de sonidos diferentes. Yo daba vueltas aterrado, tratando de descubrir quién se escondía en la niebla, pero pronto me sentí enfermo por el olor. Abrí los brazos, tanteando a mí alrededor pero no tenía idea de donde estaba, así que seguí caminando hasta que topé con alguien. Fue un contacto muy suave pero fue suficiente para perder la consciencia del terror. Su piel estaba fría y suave como ninguna otra. Antes de caer al suelo desmayado me pareció escuchar una risa, el sonido más aterrador que he escuchado en mi vida, después, todo se volvió obscuridad.
No quise contar a nadie lo que había vivido, después de todo ¿quién iba a creerme? Yo mismo me cuestionaba a veces si no lo había soñado, pero entonces alguien volvía a hablar sobre la niebla, y los siniestros recuerdos se arrastraban a mi memoria otra vez.  Si creéis que lo que experimenté fue obra de mi imaginación, lo que sucedió después os parecerá aún más un invento que un acontecimiento real.
Al día siguiente nos levantamos antes del alba para pescar, como lo hacíamos diario durante la temporada, pero antes de llegar al muelle distinguimos un punto negro en la arena. Corrimos para descubrir lo que era y nos llevamos una gran sorpresa al contemplar una inmensa embarcación encallada en la playa. Era vieja sin duda; la madera estaba completamente ennegrecida por el tiempo y las velas estaban rasgadas y sucias. No entendimos cómo es que no se había hundido en altamar, pero sobre todo nos preguntamos de dónde había salido.
Un par de horas más tarde, cuando hubo suficiente luz, nos aventuramos un par de pescadores y yo en el barco para verificar si había alguien ahí. Nos dirigimos al camarote del capitán y al abrir la puerta me quedé pasmado al reconocer aquél olor  a tumba que antes había olfateado en la niebla, mis piernas comenzaron a temblar y quise salir de ahí pero no podía, tenía que averiguar lo que estaba pasando. Revisamos los dos camarotes de la cubierta pero no había absolutamente nada; ni muebles ni objetos, absolutamente nada. Buscamos en los numerosos camarotes pero todos estaban vacíos, o eso creímos hasta llegar al del final del pasillo. Lo abrí yo pensando que encontraría sólo obscuridad y ese misterioso olor como en los demás, pero grande fue mi sorpresa al encontrar los cuerpos de dos hermosas mujeres tendidos sobre la cama. Me acerqué para despertarlas de su sueño pero no respondían a mis llamados, busqué con mis dedos el pulso en el cuello de una de ellas pero sólo distinguí un par de marcas cerca de su yugular. Hice lo mismo con la otra, pero encontré las mismas cicatrices y nada de pulso.
Debo comentaros que su piel era fría pero delicada, angelical como ellas mismas. Eran probablemente las mujeres más hermosas que yo hubiera visto en mi vida; una de ellas era de cabello muy negro y largo, contrastante con su palidez y sus labios rojos como sangre. La otra era de cabello rojo como fuego, de piel pálida también y de labios rosados. Ambas tenían figuras delicadas y exquisitas, como aquellas pinturas de diosas griegas.
Nos íbamos ya, para dar aviso al sepulturero, cuando unos pasos nos asustaron; la vieja madera crujía bajo los firmes y lentos pasos de alguien. Miramos a través del largo pasillo pero no distinguimos ninguna figura, incluso con la ayuda de la tenue luz de la lámpara, estábamos ciegos en tan espesa obscuridad. Nos dimos la vuelta pero un fuerte sonido nos detuvo nuevamente, había alguien en el barco. Revisamos nuevamente los camarotes y fue así que dimos con el ataúd. Era hermoso sin duda, incluso para ser un artículo tan siniestro; estaba hecho de madera de encino, había detalles en oro y un escudo tallado a mano. Tal vez debí haber puesto más atención a tan extraño sarcófago pero en ese momento me pareció irrelevante, cosa que lamentaría después.
Tardamos toda la tarde en trasladar los cuerpos hasta la casa del joven Doctor Vinzent Roth, el único doctor de nuestro pueblo. Le explicamos además, todos los detalles de nuestra expedición en el viejo barco. Sus ojos azules parecían llenos de duda, pero no hizo más preguntas. Lo dejamos solo para que investigara las causas de muerte de esas personas, pero a las pocas horas nos informó que era imposible saber de qué habían muerto pues no había señal del uso de armas en contra de ellos, ni pistas que sugirieran alguna enfermedad. Incluso nos dijo que los cuerpos parecían recién fallecidos pues no tenían ningún signo de descomposición. Así pues, concluyó que habían sido atacados por algún virus y que habían muerto por la falta de medicamentos.
Sepultamos los cadáveres en el bosque, pues el Padre Dünser se negó a oficiar un funeral religioso porque tenían finta de paganos, e incluso dijo que no eran dignos de compartir el eterno descanso junto a los restos de nuestra gente. Así pues, lo que fue el capítulo más extraño en la historia de nuestro pueblo, llegó a su fin. O eso creímos.

CAPITULO II
El barco fantasma
Esa misma noche mientras caminaba yo a mi casa, me encontré con el Doctor Roth. Me hizo entrar en su casa y se sentó frente a mí en su oficina. Parecía muy inquieto pero sólo hablaba del clima y de cosas irrelevantes, fue hasta que reunió suficiente valor que su expresión despreocupada cambió para tornarse solemne.
-Sé que usted ha viajado mucho en su juventud cuando era capitán de un gran navío mercantil, incluso me he enterado que usted viajaba constantemente a tierras rumanas, Herr Ehler – comentó sin cambiar su expresión seria.
Me resultaba gracioso que me llamara por mi apellido y no por mi nombre, pero me hizo sonreír el hecho de que pensara que yo era viejo cuando apenas tenía 34 años.
-Así es, Doctor Roth – respondí.
Pareció relajarse pero se puso de pie y caminó de un lado para otro. Me pidió que no le contara a nadie lo que iba a decirme, pero ahora puedo deciros puesto que así lo querría él. Esa noche me relató que estaba inquieto porque no tenía idea de qué había matado a esas personas; se cuestionó el por qué no había más personas en el barco. Presentía que los que viajaban en el navío, estaban ocultos en el bosque y que en cualquier momento nos atacarían mientras durmiéramos. El doctor pensaba que eran piratas, pero no podía estar más equivocado, aunque claro, eso lo supimos después.
Antes de despedirme, me dio un pergamino amarillento y me solicitó que no le dijera a nadie sobre éste. Confiaba en que yo sabría traducirlo del rumano al alemán y que descubriríamos la identidad del que yacía en el ataúd. Pues bien, cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue sentarme frente a la chimenea y abrir ese pergamino tan misterioso. Me sorprendí al principio al ver dibujado un escudo en la parte superior, tenía una leyenda en rumano que decía “el que gobierna sobre todas las cosas”. Abajo, con letras más grandes estaba escrito: Catalin Eminescu, amo y señor de los Balcanes. Mi sorpresa aumentó cuando leí lo que estaba escrito en rumano, y aquí os lo traduzco al pie de la letra:
Soy aquél que fue rechazado por Dios y temido por Satanás.
La sangre me clama y la muerte me reconforta.
Soy la vela cuya flama nunca se extingue,
Soy la voz que susurra en las noches, soy una plegaria llena de terror.
Soy las palabras que vuestra boca no puede pronunciar.
Soy la sombra que nunca duerme, soy el dolor que os hace llorar.
Soy el anhelo que vuestro corazón esconde.
Soy el asesino dentro de vos.
La penumbra me clama y las tinieblas se hincan ante mí.
Las flores se marchitan en mis manos, y las vidas se apagan en mi regazo.
¡Empezad a creer!
¡Empezad a temer!

Cuando terminé de leer, afuera una gran corriente de aire hizo que las ramas de los árboles se estrellaran contra mi ventana produciendo un aterrador sonido. Me incorporé asustado y un gran escalofrío recorrió mi cuerpo entero al percatarme de la creciente obscuridad que había afuera, sin duda los faros de la calle habían sido apagados por el viento. Me senté nuevamente para calentarme con el fuego, y poco a poco, mi cuerpo se relajó a tal grado que mis ojos comenzaron a cerrarse involuntariamente. Mis pensamientos se detuvieron cuando me percaté del silencio, ya no había más viento, todo era silencio. De pronto un delicado sonido penetró mis oídos; era suave como una canción de cuna, pero aterrador porque provenía de afuera. Era como si alguien deslizara un pañuelo por debajo de la puerta. Fuese lo que fuese, no pude verlo, el sueño se había apoderado de mí. Ya no tenía control de mi cuerpo, ya estaba lejos de ahí, en sueños.

CAPITULO III
El sonámbulo

Me encontré en un frío bosque lejano, la luna azul iluminaba su paso entre las sombras de los altos árboles. Miré a mi alrededor  y me descubrí a mí mismo en una especie de cementerio; viejas lápidas me rodeaban, algunas en pedazos y otras bien conservadas. Quería huir de ahí pero el miedo me había hipnotizado, ahora sólo era consciente del frío aire que hacía bailar  las ramas secas de los árboles.  Después de unos minutos pude caminar algunos pasos pero seguía sintiéndome pesado y lento. Pronto, el sonido de una voz me hizo detener.
¿Dónde está el amo?... ¿Dónde está?    Seguro que sus pesadillas lo hicieron huir otra vez… No se sienta mal, no es su culpa ser sonámbulo… Vuelva a casa amo, está a salvo ahora…
Escuchaba a una mujer hablando pero no lograba verla, su voz sonaba tan lejana y cada vez era más inaudible, hasta que se perdió por completo entre los aullidos del viento. El miedo había acelerado mi corazón y respiración, me sentía mareado y cansado, como si hubiera caminado mucho. De pronto, una voz más profunda y grave me sobresaltó, se acercaba en la obscuridad; hablaba con seductora suavidad y usaba palabras dulces y amistosas, aún así, el miedo me tenía paralizado y no acudí al llamado de la voz.
Ven, no te haré daño… me has buscado y aquí estoy… te he estado esperando… ven… te espero… ven… el elegido… te he llamado… tus sueños… soy yo… no temas
Palabras y oraciones sin sentido llegaban hasta mis oídos, pero mis ojos no me permitían ver porque la obscuridad iba creciendo y avanzando hacia mí. Quise correr pero él ya estaba ahí, una presencia me contemplaba; podía ver sus ojos grises y brillosos como los de un lobo, brillando en la obscuridad como dos luciérnagas.
-Hijo de reyes, descendiente de dioses. Es hora de que conozcas tu legado y que aceptes tu herencia. Yo duermo aquí en esas lápidas que ves, he habitado estos bosques desde las primeras guerras de nuestro glorioso país. He vivido demasiados años y quisiera permanecer pero ahora el infierno clama mi alma y no puedo escapar, estuve huyendo por 400 años y ya estoy cansado. Ahora es tu turno, Catalin, hijo de Cosmin. Tú dominarás toda Rumania y darás honor a tus ancestros, todos te temerán y se pondrán a tus pies. Pero hay un precio para todo, y lo pagarás con tu sangre…
La voz se extinguió pero el miedo aumentó dentro de mi mente. No podía analizar lo que había escuchado, no podía pensar, estaba entrando en shock. Tan pronto que no pude reaccionar, unos brazos fríos me aprisionaron y unos labios helados y suaves se posaron en mi cuello. Antes de poder hacer algo sentí un dolor agudo en el cuello y comencé a gritar. Traté de zafarme pero no lo logré, mi agresor era muy fuerte y yo comenzaba a debilitarme cada vez más por la pérdida de sangre. Me dejó caer después de unos minutos que parecieron años, pero no pude levantarme, estaba muy cansado.
-Toma tu corona, eres el rey ahora. El que gobierna sobre todas las cosas… - murmuró mi agresor alejándose por el bosque.

Desperté bañado en sudor y jadeando, llevé mis manos al cuello pero no tenía herida alguna. Traté de convencerme de que había sido una casualidad, pero al final tuve que admitir que mi pesadilla había sido causada por el pergamino. Corrí pues con el doctor y le conté sobre el poema y la pesadilla. El doctor me puso mucha atención pero no dijo nada, se quedó con la misma expresión solemne que le hace parecer viejo. Hasta que  terminé de hablar, pareció volver a la vida.
-¿Es usted supersticioso, Herr Ehler? – me preguntó.
-Pues… creo en muchas cosas que no tienen explicación, si eso es lo que quiere saber.
-Muchas cosas no tienen explicación, y compadezco a aquellos que esperan encontrar respuestas en la ciencia, porque déjeme decirle que la ciencia no tiene respuesta para todo. En pleno siglo XVIII, siempre habrá fenómenos que permanezcan como un misterio, sucesos sin explicación. Nos hemos topado con uno de esos fenómenos, y me avergüenza confesarle que me encuentro perturbado como nunca; mi corazón arde en deseos de encontrar la verdad, y mi mente me pide a gritos que esclarezca los recientes acontecimientos. Mi inquietud no desaparecerá hasta encontrar una respuesta, y es por eso, Herr Ehler que pretendo investigar a fondo hasta saciar mi curiosidad.
Habló tan lleno de confianza que no pude más que alentarle a que lo hiciera, y gracias a Dios que lo hice, de lo contrario hoy estuviéramos muertos los dos. En fin, ese día nos encontramos con que nuestra gente estaba enfermando, durante el transcurso del día el doctor fue llamado por la familia Dünser a causa de un extraño debilitamiento que padecían todos los habitantes de esa casa. El doctor tranquilizó a todos con su diagnostico; anemia. Era extraño que 6 personas enfermaran de anemia al mismo tiempo pero no le tomamos la importancia que debimos, si hubiéramos sabido lo que ahora sabemos…
El doctor me había pedido que fuera a su casa  en la noche porque quería platicar conmigo sobre sus conjeturas, así que salí de mi casa cerca de la media noche para que nadie se enterara de nuestras reuniones secretas pues como os imaginareis, en los pueblos pequeños los chismes son una manera de pasar el tiempo para la mayoría de los habitantes. Pues bien, afuera hacía mucho frío y el cielo estaba obscuro, sin luna. Caminé despacio unos minutos pero pronto un presentimiento me invadió y miré atrás, sólo distinguí algunas sombras de los árboles pero el miedo se apoderó de mí. Apreté el paso al sentir que el sudor me recorría la espalda, y para mi sorpresa, no había nadie en las calles y los faros no estaban encendidos, me pregunté en dónde estaban todos.
Una fuerte corriente de aire me azotó la espalda y me estremecí, tuve miedo de mirar atrás pero la curiosidad fue más fuerte. Me sobresalté al escuchar unos suaves pasos en la calle empedrada, miré a mi alrededor y suspiré aliviado al reconocer a Alan Jansen, el chico que enciende los faros. Miré cómo el chico le daba vida a las farolas separadas por cuatro o cinco metros una de la otra; Alan estiraba el brazo y con algo parecido a una antorcha, encendía los faros que funcionaban con petróleo. Poco a poco, la calle fue cobrando vida.
Iba a mitad de la calle cuando me percaté del silencio que se arrastraba como serpiente hasta mis oídos. Miré a mí alrededor y me di cuenta de que estaba completamente solo otra vez.   Seguí caminando con más cautela y un extraño sonido me hizo mirar atrás; distinguí una especie de manto blanco que avanzaba con el aire, tan lento que era como una tortura mirarlo acercándose. No me moví, me quedé petrificado cuando la blancura comenzó a ascender y a esconder todo lo que había detrás de ella. Conforme ésta avanzaba, los faros se iban apagando, de forma que no se veía nada. Recobré el aliento cuando descubrí que estaba a merced de la espesa niebla que seguía avanzando rápidamente. Estaba muy lejos de mi casa y me apresuré para llegar cuanto antes a la casa de Vinzent. Corrí con todas mis fuerzas pero la niebla era más rápida y me pisaba los talones. Toqué desesperadamente la puerta de la casa del doctor pero no había respuesta, debía haberse acostado ya.
-¡Por el amor de Dios, abra! – grité desesperado.
Escuché unos lamentos casi inaudibles, provenían de la niebla. Aquella inmensa nube blanca se arrastraba veloz por la calle produciendo espantosos sonidos que se escucharían sólo en las peores pesadillas.
La puerta de la casa de Vinzent se abrió y me abalancé antes de cerrar la puerta tras de mí. El doctor parecía asustado y le expliqué que la niebla había inundado todo otra vez. No comprendió cuál era el motivo de mi miedo pero no insistió y me ofreció una taza de té. Se sentó conmigo en la sala y conversamos brevemente pero era obvio que mi mente estaba afuera, atrapada en la niebla. Se disculpó para ir a su oficina por sus notas y me quedé solo en la sala, sentado frente a la chimenea, dando la espalda a la ventana. Permanecí sentado apretando los ojos, presa del terror. Me estremecía ante cualquier sonido; el crujir de la madera, el viento al entrar por alguna hendidura, el movimiento de los árboles. Pero cuando escuché los rasguños en la ventana me quedé petrificado; no quise mirar y cerré los ojos con fuerza, pero el sonido permanecía.
Recé en silencio y apreté contra mi pecho el rosario que siempre cargaba en el bolsillo del pantalón. El sonido cesó y abrí los ojos aliviado. Tembloroso, volteé lentamente hacia la ventana pero la cortina estaba corrida. Me puse de pie y caminé despacio hasta la ventana, con mi temblorosa mano corrí la cortina roja y me sobresalté al ver la blancura de la niebla que seguía ahí. Mi mirada se movió por iniciativa propia hacia la derecha y retrocedí asustado al ver una silueta alejarse entre la nube.
El doctor me encontró sentado en un rincón con las manos en la boca y los ojos bien abiertos, me dijo que parecía un espíritu. Le conté lo que había visto pero no pareció sorprendido, se sentó frente a mí y suspiró. Sería imposible deciros las palabras exactas que me dirigió, pero trataré de daros una buena idea de nuestra conversación.
-Yo también la vi, Herr Ehler. Anoche he ido a las tumbas de los extraños y me quedé hasta unos minutos antes de la media noche. Recogí mis cosas y me di la vuelta para regresar a casa antes de que los faros se apagaran, pero no llevaba más de un metro cuando escuché un aullido de lobo no muy lejos de mí, pensé que me lo había yo imaginado pero entonces lo vi, o por lo menos vi sus ojos. Brillaban primero rojos y después blancos, permanecía mirándome y me gruñía ese maldito, pero no se acercó. Desapareció cuando la niebla comenzó a formarse, aquélla nube primero era pequeña pero fue creciendo y avanzando en dirección al pueblo, corrí yo como alma en pena y logré llegar a mi casa antes de que me alcanzara esa cosa. Una vez dentro me asomé por la ventana pero todo era blanco, como usted dice, huele a lluvia y a bosque, pero pronto se descompone y huele a muerte. Cerré la ventana al escuchar el primer lamento, pero siguieron más gritos y suspiros infernales que le hacen a uno temblar. La cochina niebla permaneció por lo menos unas cuatro horas hasta que el cielo comenzó a aclarar, entonces la nube retrocedió. Así como lo oye, no se disipó ni siguió avanzando, retrocedió hasta el cementerio y desapareció entre las tumbas – relató.
-¿Qué rayos será esa cosa? – pregunté desesperado.
-Son almas en pena, usan la niebla para ir a donde quieren.
-Si fueran fantasmas, nuestra gente no estaría enfermando – repliqué.
-Es que usted no sabe lo que hacen, Herr Ehler. Entran a las casas y roban la energía de las personas mientras duermen. Ellos necesitan alimento – explicó.
-¿Ellos?  - insistí.
-Los del barco – murmuró.
Me sorprendí mucho al escuchar su teoría, jamás me imaginé que un hombre de ciencia creyera en esas cosas. Aún así no le discutí y permanecí callado el resto de la noche, pues la pasamos en vela por si algo sucedía pero todo fue tranquilidad. La niebla fue retrocediendo hasta el bosque hasta que se perdió de nuestra vista, justo cuando comenzó a amanecer.
Si creéis que podéis imaginaros el terror y la angustia que sentíamos, no podéis estar más equivocados. Cada día era más extraño que el anterior; desde la llegada de la niebla los días eran nublados y obscuros como nunca antes, nuestros animales se volvían locos en cuanto anochecía y por si fuera poco nuestra gente seguía empeorando. En la primera semana murieron tres personas, y por si fuera poco, nuestra gente parecía seguir enfermando de anemia; algunos despertaban pálidos y débiles, pero días después cuando todos creíamos que ya estaban bien, morían misteriosamente. Nuestra gente pronto llegó a la conclusión de que había una maldición sobre nosotros pues nunca había habido días tan sombríos ni noches tan desoladas. Yo no podía estar más de acuerdo, pero me sorprendía que nadie se preocupara por la niebla; aquella nube no había dejado de aparecer ni una sola noche, si no es que se hacía más fuerte conforme más de nuestra gente enfermaba.
Para ese entonces, tenía yo pesadillas cada noche. A veces veía a las dos mujeres del barco, lloraban y pedían mi ayuda desde altamar pero poco podía hacer yo para salvarlas. Otras noches soñaba con un hombre alto y joven, con rasgos finos y hermosos pero no menos masculinos. Su cabello era obscuro y ondulado, le caía hasta el mentón cubriendo sus orejas y parte de su rostro. Sus ojos azules no brillaban y me parecían siniestros y llenos de maldad. Pero lo que más me sobresaltó, fue un sueño que me avergüenza confesaros. Qué Dios me perdone, pero una noche al cerrar los ojos me encontré en los brazos delicados y suaves de la pelirroja del barco; sus labios me acariciaban sin tregua y reía ella como si estuviera llena de dicha. Su cuerpo desnudo danzaba libre frente a mí sin pudor alguno, su hermosa anatomía de diosa griega me clamaba y me exigía que no apartara mi vista de ella. Recuerdo que desperté yo sintiendo aún sus besos en mi cuello, oliendo su perfume a brisa y a bosque, anhelando amarla una vez más como en sueños.
Pero nada de lo ocurrido hasta ese entonces nos había preparado para lo que estaba por ocurrir. Una noche, después de cenar, nos quedamos el doctor y yo frente a la chimenea fumando nuestro tabaco. Ni él ni yo somos hombres de muchas palabras, y ambos apreciamos mucho el silencio cuando no hay nada que decir, pero sé que teníamos muchas preguntas e inquietudes que queríamos expresar en voz alta, es sólo que no sabíamos cómo. Estaba yo a punto de hablar cuando el viento entró por cada hendidura de la casa con tal violencia que las puertas y ventanas retumbaron, incluso la llama de la chimenea se tambaleó. Ambos nos pusimos de pie alarmados y abrimos la ventana con cuidado, afuera todo parecía normal pero el cielo estaba completamente obscuro, la noche había llegado al fin. Una capa fina de lluvia flotaba en el aire, parecía un velo y éste se hacía cada vez más grueso. Acariciaba con suavidad los árboles del bosque y los hacía bailar delicadamente. El sendero que se fundía con el pavimento de las calles, se fue perdiendo en la blancura del velo que seguía avanzando lentamente, borrando todo a su camino. El doctor me pidió que le ayudara a encender el faro que está frente a su casa, pues quería hacer un experimento. Ambos salimos corriendo, empapándonos con la lluvia que azotaba sin piedad. Yo encendí con dificultad una antorcha para lograr prender el faro, y una vez que lo hicimos, corrimos hacia la casa. Nos instalamos en la ventana y no apartamos la mirada de la débil luz del faro. La niebla seguía arrastrándose lenta pero firme, cual serpiente. Cuando comenzó a envolver la casa del doctor, ambos pusimos atención para escuchar y ver mejor.
-No quite la vista del faro – susurró Vinzent.
La luz seguía visible aún cuando la niebla la cubrió, por un momento pudimos ver a través de ella, como si fuera un delgado velo blanco; se distinguían las gotas de lluvia y la forma etérea de la nube. Me sentí decepcionado porque no logramos ver nada extraordinario, pero antes de que pudiera decir algo, una forma se hizo presente en la niebla, era una persona. Con una habilidad impresionante trepó de un brinco el faro de dos metros, y la llama se apagó. La forma descendió de un salto y pareció dirigirse hacia nosotros, pero entonces la niebla se hizo más espesa y perdimos toda visibilidad. Un golpe sordo seguido de unos pasos resonaron en el techo de la casa y ambos nos estremecimos. El doctor estaba impactado, pero no era el único; mi visión comenzó a nublarse, me sentí pesado y cansado. Cerré los ojos y caí en un sopor profundo.

CAPITULO IV
La revelación

Volví a soñar con un bosque lejano y frío, no podría recordar ahora cada detalle de mi sueño pero si hay algo que no puedo olvidar es la mirada vacía y terrible del hombre que me había acechado en sueños desde que la niebla llegó. Parecía enojado conmigo y dispuesto a asesinarme, pero por intervención divina el doctor Vinzent logró despertarme antes. Me dijo que pensó que había yo muerto por culpa de lo que habíamos visto esa noche, pero me aseguró que él revisó cada rincón de la casa y no había logrado encontrar a nadie.
Esa mañana nos topamos con que, durante la noche había muerto otro integrante de la familia Dünser, víctima de la “anemia”. Pero lo que llamó más nuestra atención fue la desaparición de niño de un año, el pequeño Johan Mannelig, y el encuentro de una señora con  su vecino muerto. El doctor entrevistó a Frau Burton y ella le juró que durante la noche había escuchado ruidos en la habitación de su hijo, y que  había ido a averiguar lo que pasaba pero encontró la habitación intacta y a su hijo dormido, se acercó a la ventana abierta y se asomó para ver quien había estado ahí y fue así que identificó a Herr Dünser entre la niebla. El doctor le aseguró que todo estaba bien, pero con ese testimonio, nosotros habíamos confirmado nuestra teoría de las almas en pena, aunque no sabíamos cómo es que nuestra gente enfermaba y se convertía a su vez en un fantasma.
Ahora que os digo esto, pensareis que era más que obvio lo que ocurría en nuestro pueblo, pero cuando uno es rehén del miedo no piensa claramente e incluso lo más trivial parece complicado. Si no hubiera sido por la inteligencia del doctor, sólo Dios sabe lo que sería de nosotros ahora.
Después de haber revisado el cadáver de la última persona fallecida, me pidió que lo acompañara con el padre Smith. Si vosotros habitáis un pueblo pequeño, sabréis que cuando hay problemas siempre acudimos primero con el párroco y después con la ley. Pues en Rosenzweig, el padre siempre tenía la última palabra, él era la ley.
El doctor emitió un discurso digno de aplausos, pues un hombre de ciencia sabe siempre expresarse claramente, pero el sacerdote no parecía impresionado sino al contrario, estaba irritado por las insinuaciones del doctor.
-¡De ninguna manera permitiré que profane usted esos cuerpos! – exclamó lleno de ira.
-¿Prefiere usted que yo nunca encuentre la respuesta de todo este lío y que más gente siga muriendo? Le repito que necesito asegurarme de que los cuerpos no estén infectados con el virus – insistió Vinzent.
Discutieron cerca de una hora hasta que el padre cedió, pero amenazó repetidamente los propósitos del doctor acusándolo de actuar contra la voluntad de Dios. Incluso ahora, que las acciones del doctor han sido justificadas, el sacerdote sigue furioso con su manera de proceder, cosa que no podría importarle menos a Vinzent.
Esa tarde, fuimos al cementerio para exhumar los cuerpos de las tres personas que habían muerto días antes a causa de la anemia. Grande fue nuestra sorpresa al ver que cada hombre, mujer y niño del pueblo estaba ahí para presenciar el acto. El cielo amenazaba con desatar una tormenta en cualquier momento, nunca había habido un día tan sombrío en la historia del pueblo. El frío viento azotaba sin piedad los árboles y cualquier cosa que se pusiera en su camino. Una leve llovizna comenzó a caer en cuanto el doctor Roth y yo nos acercamos a las tumbas, todos se hicieron a un lado para dejarnos pasar. Nadie habló, sólo se oía el aullido del viento y la furia del mar a lo lejos.
El doctor Roth me dio la señal y ambos comenzamos a cavar, nadie se atrevió a acercarse más de un metro, algunos incluso retrocedieron con los nervios a flor de piel; cualquier sonido o movimiento brusco les hacía estremecer y retroceder cada vez más. Después de más de una hora, logramos extraer los tres ataúdes; la pestilencia enfermó a algunos y regresaron tambaleantes al pueblo, pero la mayoría permaneció. Me hinqué para quitar los clavos de los ataúdes pero me percaté de que estos ya habían sido removidos, miré a Vinzent lleno de sorpresa y él se acercó a mí con solemnidad en el rostro.
-Quiero que sea rápido, Herr Ehler. Usted abrirá el ataúd y yo… sólo mantenga los ojos abiertos, le explicaré después – murmuró en mi oído.
Vinzent dio la señal y abrí el primer ataúd. Los curiosos se apresuraron a acercarse para contemplar lo que había en el cajón, y aunque ninguno sabía qué esperar, quedaron sorprendidos con lo que vieron. Robert Dünser yacía inmóvil en su ataúd; su cuerpo parecía recién sepultado, sin señales de descomposición y su tez era sonrosada aún. Los gritos de la multitud me pusieron nervioso, sólo el doctor permaneció sereno y se agachó para examinar al muerto. Palpó con mucho cuidado su cuello y suspiró al encontrar dos heridas circulares cerca de la yugular. Me miró queriendo decir algo, pero mis gritos lo sobresaltaron. Quise decirle que el muerto había abierto los ojos y que nos miraba lleno de furia pero mi boca se negaba a emitir sonido alguno. Vinzent se apresuró  a herir al hombre y éste se elevó de un brinco, profiriendo hirientes lamentos llenos de dolor y amargura. No llegó lejos pues sus restos se convirtieron en ceniza ante nuestra mirada incrédula en cuestión de segundos. No tengo que deciros que permanecí inmóvil a causa del terror que me invadía, el doctor tuvo que esforzarse mucho en hacerme reaccionar y cuando lo hice me dijo que teníamos que revisar los otros dos ataúdes, muy a mi pesar accedí.
Abrí el segundo ataúd y me encontré con Frau Dünser, su rostro tenía un leve rubor e incluso sus labios tenían un fuerte color rojo. Sin perder tiempo, Vinzent clavó algo en el corazón de la rubia y ésta se levantó gritando con voz de ultratumba.
-¡Ariel! – gritó la mujer mirando al ataúd contiguo.
Una niña se levantó del ataúd como despertando de su sueño y comenzó a gritar como poseída al ver a la mujer convertirse en polvo. Vinzent intentó herir a la niña pero ésta se incorporó de un salto ágil y mostró sus colmillos afilados a la multitud; sus ojos brillaban con un diabólico resplandor a la vez que siseaba llena de furia. Nos abalanzamos sobre ella pero su agilidad era incomparable, y pronto logró escapar y corrió hacia la multitud consiguiendo morder a alguien en el cuello. Su presa gritaba a causa del dolor y de la desesperación, corrimos hacia él y logramos separar a la pequeña de su cuello. De su boca escurrían gotas gruesas de sangre fresca y sus ojos parecían más encendidos que antes.
-¡La estaca, Herr Ehler! – gritó Vinzent.
La niña seguía peleando para escapar pero Vinzent la tenía bien sujeta. Vi en el pasto un trozo puntiagudo de madera y me apresuré a herir a la niña;  ésta chilló con una potencia inimaginable, lastimando nuestros oídos. Su pequeño cuerpo se desintegró rápidamente por entre nuestras manos y nos dejamos caer exhaustos cerca de las tumbas abiertas.
Si vosotros pensáis que todo había terminado, pues estáis muy lejos de la realidad. Vinzent me persuadió de ir a las tumbas de los que venían en el barco, yo acepté sin hacer preguntas pues debo deciros que pensaba que estaba en una de mis pesadillas.
Del cielo caía una tormenta como nunca; gruesas gotas de agua helada nos golpeaban sin tregua, los relámpagos resonaban por el bosque con un tenebroso eco y el viento se arremolinaba a nuestro alrededor con saña asesina. La obscuridad amenazaba con escurrirse entre nosotros en cualquier momento así que nos apresuramos a cavar las tres tumbas para extraer los ataúdes de los extraños. Una vez que terminamos, el silencio sepulcral nos sobresaltó y decidimos actuar rápido, antes de que las criaturas se levantaran y nos asesinaran.
Abrimos el primer ataúd y la sorpresa nos dejó sin habla, Vinzent abrió el segundo ataúd con una urgencia extraña sólo para descubrir lo mismo. Yo por mi parte, abrí el tercero y me dejé caer derrotado.
-¡Qué Dios nos ampare! – exclamó Vinzent.
Yo permanecí en silencio y ambos contemplamos con horror los tres ataúdes vacíos.

CAPITULO VI
Sabine

Regresamos al pueblo llenos de miedo y desesperanza, temíamos que fuera el fin de nuestra gente. Las calles estaban vacías y calladas como nunca, era como si el pueblo fuera ya un pueblo fantasma.
No os sorprenderá saber que pasamos horas interminables de angustia hasta que la noche llegó, entonces el terror se hizo más vívido, casi solido y palpable. Para nuestra sorpresa, todo estaba extrañamente calmado allá afuera. Nosotros sabíamos que era una trampa y que en cualquier momento, aquellas cosas emergerían de la niebla y nos matarían a todos. Me senté en un rincón de la sala de Vinzent, cerca de la ventana para tener a la vista todos los rincones de la casa. El silencio incrementó cuando sorpresivamente el doctor se quedó dormido, yo permanecí atento en la ventana, esperando que en cualquier momento surgiera la niebla desde el bosque.
Una intensa corriente de aire azotó el cristal de la ventana y me acerqué para mirar, sabía que todo estaba a punto de comenzar. De entre las tinieblas de la noche, una mancha blanca comenzó a esparcirse por el pavimento y se fue alzando como una bandera, envolviendo la casa de Vinzent. Me puse de pie y empuñé mi arma, pero esa extraña sensación de pesadez me atacó nuevamente. Mi cuerpo se sentía pesado y agotado, mis ojos se cerraban involuntariamente, y aunque traté con todas mis fuerzas, fui derrotado por la somnolencia.
Mi cuerpo deambulaba por algún lugar del bosque, hacía frio pero mi espalda y frente sudaban por el cansancio; no sabía cuánto tiempo llevaba caminando en ese lugar, sólo sabía que lo suficiente para sentirme enfermo. Aunque la niebla era muy densa, sabía exactamente donde estaba. El olor a sal, arena y madera; esa extraña combinación de bosque y bahía… no había manera de confundir el olor, estaba en Rosenzweig. Corrí hasta el pueblo, abatido por un extraño presentimiento y me encontré con las calles vacías; no había ni una sola persona, ni un solo sonido, no había nada. Corrí hasta la casa de Vinzent y me encontré con los cuerpos de mis amigos y vecinos; pálidos, fríos, muertos. Sabía que en cuanto la luz se extinguiera, se levantarían y tratarían de matarme. Sin dudarlo tomé una estaca y me acerqué a los cuerpos cautelosamente, alcé la estaca para clavarla en el pecho de Vinzent, pero antes de que ésta alcanzara su corazón, se levantaron todos y me dominaron. Así, uno a uno, comenzaron a morderme sin piedad…
Me desperté sudoroso y jadeante, me incorporé y vi con tranquilidad que Vinzent seguía dormido en el sofá. Afuera, la niebla había desaparecido y me relajé. Me senté en la silla esperando dormir más pero me estremecí al sentir la frialdad de la casa, el ambiente había enfriado mucho, así que me levanté para poner más leña en la chimenea. Con terror descubrí que ésta estaba apagada, miré a mi alrededor y por primera vez me di cuenta de que estaba sumido en la obscuridad; todas las velas habían sido apagadas también. Me puse de pie para encender la lámpara de aceite pero antes de que pudiera hacerlo, unos pasos resonaron en la casa haciéndome saltar del susto. Escuché atentamente y me di cuenta de que provenían de la segunda planta. Tomé mi arma y permanecí inmóvil unos minutos, tratando de escuchar otros sonidos, pero el silencio persistió. Caminé lentamente hasta las escaleras y escuché el crujir de la madera, había alguien arriba. Subí las escaleras con toda la calma que pude fingir; mis manos temblorosas recorrían la pared, pues estaba en absoluta obscuridad. Mi respiración estaba agitada y el sudor me caía por la frente, mis pies se negaban a seguir una vez que me encontré en el obscuro pasillo, aún así, reuní valor y caminé hasta la habitación de Vinzent. Abrí la puerta lentamente y me encontré con una obscuridad aún más intensa, caminé hasta la ventana y corrí las cortinas para que un poco de luz entrara a la habitación.
Lo que vi os provocará escalofríos, estoy seguro. Volteé mi rostro y la vi sentada en la cama de Vinzent, me saludó y sonrió mostrando sus afilados colmillos. Yo no me moví, quedé impresionado con su imponente presencia pero sobre todo con su belleza; su cabello rojo caía como cascada sobre su delgada figura, sus ojos azules brillaban como los de una bestia hambrienta, y sus labios color sangre sonreían seductoramente. Se acercó a mí y comenzó a acariciarme, lo que os relataré ahora podría resultar escandaloso para algunos, pero tenéis que entender que yo sólo os cuento lo que viví. Yo retrocedí al sentir sus colmillos en mi cuello y ella sonrió encantada. Se quitó el largo vestido de terciopelo negro y me mostró su desnudez sin pudor alguno. Comenzó a danzar como una loca y reía con una extraña voz sobrenatural y aún así encantadora.
-¿No quieres divertirte como antes, mi amor? – preguntó casi inaudiblemente.
Yo no le respondí, estaba hechizado con su belleza y con las formas de su cuerpo.
-¿Recuerdas tus sueños conmigo? Pues no han sido sueños, sino realidad. Tú me has hecho tuya innumerables ocasiones, porque aunque tengo el poder de manipularte a mi antojo, tú me has invocado – sonrió – si no te he matado o si no he bebido tu sangre es porque nadie puede complacerme como tú, ni siquiera él, mi amo y creador. Su forma de hacer el amor es diferente a la tuya, él sólo puede ofrecerme sangre y debo confesar que me fascina cuando sus colmillos penetran mi piel, es casi tan placentero como cuando tú me amas – jadeó.
Debo confesaros que yo estaba a punto de caer en su hechizo pero por suerte pude aferrarme al crucifijo que llevo en mi bolsillo del pantalón, y ella retrocedió enojada. Se vistió en un parpadeo y trepó a la ventana abierta, me miró llena de ira y siseó. Recordé haber escuchado ese sonido en mis sueños e incluso cuando caminaba solo por las calles. Repentinamente, llegó a mi mente el recuerdo de su nombre.
-Sabine – murmuré involuntariamente.
Ella sonrió llena de placer y sin decir palabra alguna, se dejó caer para perderse en la obscuridad. Yo corrí para seguirla con la mirada desde la ventana pero afuera todo era penumbra. Un siseo llamó mi atención y levanté la mirada, ahí estaba ella, parada sobre el tejado de la casa vecina. Sabine hizo un sonido agudo y lastimero, sonaba como un llamado y a su vez como un lamento. A su llamado acudió una sombra femenina, las dos descendieron de un salto del tejado y desaparecieron entre las sombras de los árboles. Yo permanecí ahí, incapaz de moverme o de aceptar que lo que había vivido era real.
Si en este punto creéis que soy un mentiroso, podéis preguntar a cualquier habitante de Rosenzweig, todos fuimos testigos que lo que sucedió esa mañana. El pueblo estaba envuelto en un escándalo fuera de lo común; algunos de los habitantes empacaban para huir de lo que ellos llamaban “una muerte segura”, y tenían razón, quedarse era aceptar una sentencia de muerte pero muchos no teníamos a donde ir y sobre todo, no queríamos irnos. Os parecerá imposible querer permanecer en un lugar acechado por vampiros, pero Vinzent y yo teníamos la necesidad de exterminar a esos tres malditos, aunque nos costara la vida.
La semana siguiente fue un verdadero infierno; habíamos conseguido que el padre Smith rociara con agua bendita cada casa del pueblo y con eso logramos tener noches tranquilas, nadie había muerto ni enfermado. Creímos que podríamos aguantar un largo tiempo mientras descubríamos la guarida de esos desgraciados pero nos equivocamos. La niebla comenzó a surgir no sólo en las noches sino durante el día también; varias veces nos tomaron desprevenidos causando muerte, por lo menos seis personas habían perecido gracias a la mordida letal de esas bestias. Obviamente el doctor Roth se había encargado de los muertos, clavándoles la estaca rociada con agua bendita, como a los otros vampiros, para evitar que la plaga continuara esparciéndose entre nosotros.
Os digo con toda sinceridad que vivir con el temor de ser asesinado en cualquier momento, no es fácil. Mucho menos cuando te amenaza algo superior, algo casi imposible de exterminar, y debo confesaros que en ese punto estábamos a punto de darnos por vencidos, pero los vampiros tenían otros planes.

CAPITULO VII
El que gobierna sobre todas las cosas

Para cualquiera que no sea habitante de Rosenzweig, le resulta difícil acostumbrarse a la peculiaridad del lugar; las casas están hechas en su mayoría con madera de encino por lo que tienen un color muy obscuro y sombrío. Sólo resalta la vivacidad del verde bosque y la dulzura turquesa del mar, pero lejos de eso, pareciera todo siniestro. Ahora imaginaros el cielo ennegrecido por la constante lluvia, castigado por la ausencia del sol. La humedad sólo hacía que nuestras casas lucieran más negras aún, como el mismo carbón. ¿Os produce miedo o repulsión? Pues no olvidéis que sumado a eso teníamos que sufrir los repentinos ataques de los vampiros; ocurrían cuando uno menos lo esperaba, a veces venían antes del alba, otras veces venían después del atardecer. Para nosotros era difícil saber qué hora del día era pues no había sol en ningún momento, sólo obscuridad.
La niebla no dio tregua tampoco, aparecía con una velocidad impresionante y no daba oportunidad de huir, si atrapaba a alguien, estaba perdido. Por si fuera poco, teníamos que soportar los aterradores sonidos que provenían de ésta; a veces eran risas, otras, lamentos. Pero lo que nos dejaba sin aliento era escuchar el llanto de un bebé, aquél pobre infante de un año que fue robado por esos malditos, lloraba sin descanso sobre todo en las noches.
Sinceramente empezaba yo a desesperarme, me estaba volviendo loco con tanta obscuridad y tanta muerte a mi alrededor. Incluso Vinzent comenzaba a comprender que nunca saldríamos con vida de esta batalla. Una noche, mientras esperábamos la inevitable llegada de la niebla, Vinzent y yo repasamos todo lo que sabíamos de esos tres demonios y nos dimos cuenta de que nunca habíamos visto a Catalin. Recordé la noche en la que vi a las vampiresas; no estaban escondidas en la niebla como las otras ocasiones, ni estaban acompañadas de Catalin. Discutimos unos minutos sobre esto y así llegamos a una conclusión: Catalin era la niebla. No podíamos creer lo que habíamos descubierto, pues era claro que nunca lograríamos eliminarlo, no había forma de llegar a él aunque supiéramos dónde se escondía durante el día.
Seguro habéis oído que los vampiros son inteligentes, y yo puedo deciros que no hay ser en la tierra tan astuto como ellos. Es por eso que aún me cuesta trabajo creer lo que sucedió en mis sueños esa noche, pues las palabras del que nosotros creíamos un ser superior, nos ayudaron a comprender muchas cosas y sobre todo a descubrir cómo exterminarlo. Pues había yo sido vencido por el sueño después de mi charla con el doctor, no me sorprendió el encontrarme nuevamente en el bosque frío y siniestro, pero lo que me dejó sin aliento fue el encontrarme con él cara a cara. Me saludó con desdén, tenía un acento raro y su voz era firme y autoritaria, aún así dulce y melodiosa. No se acercó a mí, sólo me miraba con esos fríos y severos ojos extraños. A continuación os diré lo que recuerdo de esa extraña conversación, y os repito que las blasfemias y maldiciones que diré, fueron expresadas por ese asesino.
-¿Qué hemos hecho para que nos odie de esta forma, Herr Ehler? – preguntó con falsa amabilidad.
-Usted ha enfermado a mi gente y ha traído muerte y maldición a este pueblo – respondí con firmeza.
-Yo pensé que estarían muy agradecidos por mi generoso regalo…
-¿Cuál regalo? – interrumpí yo.
-La vida eterna – sonrió con una mueca terrorífica.
-No creo que haya alguien en este lugar que aprecie el ser esclavo de la sangre a cambio de permanecer eternamente en el mundo terrenal, muy pocos merecen ese castigo.
-¿Le parece un castigo? – Preguntó riendo – pues está usted en lo correcto, al primer vampiro de este mundo le fue otorgado el maravilloso don de la vida eterna como un castigo divino, pero lo supo utilizar muy bien y se conservó un par de siglos hasta que esos malditos cristianos lo mataron. Por fortuna él logró transmitir su don a sus descendientes no directos, claro, pues usted debe saber que no podemos engendrar ni concebir. Es conocido por todos la tradición guerrera de mi pueblo, los rumanos nacemos guerreros y amamos a nuestra patria más que a nuestros padres. Es por eso que, gracias a la gloria que aquél valiente guerrero trajo a mi país, le fue cedido el trono y éste ha permanecido entre sus herederos desde siempre. Yo nací en el seno de esa familia real, soy hijo de Cosmin III y el último sobreviviente de mi clan. Por siglos hemos gobernado Rumania; hemos brindado históricas victorias a nuestra gente, y hemos conquistado tierras que por derecho nos pertenecen. Pues la tierra y el trono no es lo único que heredamos, Herr Ehler, también hemos sido premiados con el maravilloso don de nuestro ancestro. Por desgracia, algunos encontraron injusto nuestro gobierno y mi familia fue exterminada casi por completo. Tuvieron piedad de mí porque era sólo un niño, y me permitieron crecer en el castillo de mi familia hasta que cumplí 23 años. Entonces comencé a tener pesadillas sobre sangrientas batallas y cosas que le perturbarían severamente, fue así que el sonambulismo me atacó y me llevó a mi último destino. Una noche me desperté en el bosque que colindaba con mi castillo, cerca del cementerio de mis ancestros y fue ahí que recibí este don sagrado, pero eso ya lo sabe usted, lo vio en su sueño – murmuró expectante.
En ese entonces todo tuvo sentido, aquellos sueños eran producidos por él; había estado jugando con mi mente todo este tiempo, yo veía lo que él quería que viera, y soñaba lo que él quería que soñara.
-¿Qué hace usted aquí? ¿Por qué vino a Rosenzweig? – demandé molesto, casi a punto de colapsarme.
-Fui expulsado de mi país por la iglesia. Intentaron matarme de mil maneras y me dieron caza como si fuera un animal. Claro que jamás pudieron hacerme daño siquiera, yo soy Catalin Eminescu el único de mi linaje y no puedo morir – dijo riendo diabólicamente. 
No podéis imaginar la furia que me invadió al ver cómo reía y disfrutaba ese infeliz mi agonía. El saber que no iba a detenerse hasta terminar con nosotros, el imaginar sus sucios colmillos rasgando y profanando los cuerpos de mis vecinos… simplemente no podía soportarlo.
-Es doloroso al principio; la mordida letal, aquél beso erótico y sangriento para obtener el elixir de la vida. Cuando uno es mordido, va muriendo lentamente; la sangre se congela, el corazón se detiene, los órganos colapsan, pero tú sigues vivo. Sigues sintiendo la amargura de la soledad, la condena de la vida eterna, el dolor de no poder engendrar ni amar. Porque no hay sentimientos cuando vives por tanto tiempo, todo va perdiendo sentido conforme avanzan los años hasta que renace ese deseo de vivir, y entonces ya todo es el anhelo por la sangre. Si la soledad es insoportable, siempre puedes conseguir una compañera pero no es fácil; no podemos desempeñar el acto sexual, aquél banal derecho del ser humano me fue negado. Mi cuerpo está muerto y no puedo ofrecerles el placer de la carne, pero sí el de la sangre. Lo único placentero para mí es penetrar la piel de mis indefensas victimas, es por eso que no puedo negarles a mis novias que disfruten de ese placer que ustedes los humanos pueden darles, porque después de todo, sus úteros son tan inútiles como mis órganos sexuales – suspiró.
No podía yo dar crédito a lo que me estaba diciendo, y se me ocurrió que la única razón por la que me estaba confesando tantas cosas, era porque iba a matarme.
-Vaya pues a decir a todos que se rindan antes de que pierda mi paciencia, a cambio les daré la vida eterna y los conservaré a mi lado… hasta que ya no los necesite – sonrió.
No pude responder nada, desapareció entre las tinieblas en un parpadeo y yo volví a mi cuerpo. Esa fue pues, mi entrevista con Catalin Eminescu, el que gobierna sobre todas las cosas.

CAPITULO VIII
El principio del fin

No podéis imaginar siquiera la presión que tenía sobre mis hombros después de que Catalin me hubiera confesado su siniestro plan de convertirnos a todos en vampiros. Seguro pensáis que mi deber era informar a todos, y claro que quería yo hacerlo pero imaginaros el miedo que tenía de confesarle a alguien que el vampiro tenía acceso a mi mente por medio de los sueños. Os digo que esta gente, desesperada y temerosa, me hubiera linchado de haberles dicho algo, sin embargo a Vinzent no pude mentirle. Le conté de principio a fin mis encuentros con los tres vampiros y creyó que lo mejor era no decir nada para evitar el pánico, y debo deciros que esto funcionó bien los primeros días, pero un frío sábado todo cambió.
La niebla llegó en las primeras horas de la mañana; el cielo estaba tan nublado como siempre, el mar se agitaba con furia intentando alcanzar las casas cercanas al muelle, y el viento se estrellaba contra nuestras ventanas con una saña sorprendente. El doctor y yo esperamos pacientemente en su sala a que la niebla se fuera, pero las horas pasaron y ésta persistió. Era un infierno permanecer encerrados, acechados por tres criaturas infernales, incomunicados con el mundo exterior, y encima de todo temerosos de que la niebla nunca se fuera. El primer día fue difícil, el segundo desesperante, pero el tercero fue insoportable. La niebla no cedió ni un minuto, estuvimos sumergidos en ella 72 horas, y lo que más me perturbaba era que ni Catalin ni Sabine me habían buscado en sueños. Vosotros pensaréis que era mejor así, pero su silencio me dejó muy en claro que sus planes habían cambiado, ahora iban a exterminarnos a todos.
La niebla se fue al cuarto día, muy de madrugada. Vinzent salió presuroso para revisar que nadie hubiera muerto y volvió a medio día para darme la noticia de que todos estaban ilesos. Sin duda era motivo de alegría, pero sabíamos que esos bastardos no iban a desistir, volverían en cualquier momento y esta vez no iban a largarse hasta lograr su propósito. Vosotros estaréis pensando que lo más sano era huir mientras podíamos, pero si esos infelices nos atrapaban en el camino, estábamos perdidos todos, así que nos quedamos pero no con los brazos cruzados.
Vinzent y yo regresamos al barco que había traído tanta desgracia sobre nuestro pueblo; la madera lucía más vieja y mohosa, como si hubieran transcurrido años y no semanas. Aún así nos aventuramos por los camarotes, todos seguían vacíos y obscuros como la primera vez, excepto aquél en el que encontramos a las dos mujeres. Había tres bultos bajo las mantas sucias y sonreímos creyendo que habíamos dado con su guarida, pero la sorpresa se dibujó en nuestros rostros al descubrir un par de esqueletos humanos, uno en cada costado del niño que habían secuestrado. Vinzent tomó al niño en brazos y lo examinó brevemente, tenía pulso y no había marcas de mordeduras en su cuello. No podíamos explicarnos de dónde habían salido las osamentas ni qué hacían ahí, pero lo que más nos intrigaba era que el niño estuviera vivo. El doctor examinó con la mirada los huesos sobre la cama y me miró sonriente, antes de que pudiera decir algo, un sonido nos dejó helados; unos suaves pasos en el corredor se dirigían hacia nosotros. Salimos a su encuentro pero la obscuridad nos tenía ciegos e indefensos, Vinzent extendió el brazo con el que sostenía la lámpara y fue así que distinguimos al final del pasillo a una mujer de cabello negro y sonrisa maliciosa. Sus ojos brillaban como dos luciérnagas, y sus colmillos eran visibles incluso en la oscuridad. Una corriente de aire atravesó el pasillo apagando la lámpara que Vinzent sostenía, una risa siniestra penetró nuestros oídos y el pánico nos invadió. Unos pasos firmes y rápidos se acercaban a nosotros pero no podíamos ver absolutamente nada, estábamos indefensos. Cuando Vinzent encendió nuevamente la lámpara, descubrimos llenos de terror que la vampiresa estaba muy cerca de nosotros y que nos tenía acorralados.
-Han sido muy malos al venir a espiarnos – habló sonriente.
-¡Maldita bruja! – gritó Vinzent lleno de rabia.
La vampira gruñó como una bestia, mostrando sus afilados colmillos. Sus ojos se encendieron nuevamente al tiempo que trataba de mordernos.
-Devuélvanme al niño – ordenó con una voz infernal.
Se abalanzó sobre Vinzent y ambos cayeron al suelo, yo me apresuré a golpearla con el crucifijo que llevaba en mi bolsillo, la vampiresa retrocedió emitiendo un sonido agudo parecido al llanto y me miró con furia. Se lanzó sobre mí pero antes de caer al piso retrocedió al ver la estaca que Vinzent sostenía. Lanzó un grito de desesperación y golpeó la pared ocasionando grietas en la madera. De pronto pareció tranquilizarse y su apariencia volvió a parecer humana. Sabine apareció de entre las tinieblas y le dijo algo a la otra en un idioma extraño, ésta rugió enfurecida pero retrocedió hasta perderse en la obscuridad.
-Perdonen a Leonora, pero está ansiosa por beber su sangre – murmuró Sabine.
-No dejaremos que hagan lo que quieran con nuestra gente, pagarán lo que han hecho – advirtió Vinzent.
-¿Van a detenernos? – preguntó divertida.
-Eso tenlo por seguro – sonrió Vinzent.
Una risa escalofriante salió de sus labios rojos pero sus ojos se encendieron de ira.
-Atrápenos si pueden – murmuró con una mueca de odio – ¡Leonora!
Caminó hasta las escaleras y las trepó de un brinco, seguida de la vampira morena, y ambas desaparecieron de nuestra vista. Nosotros regresamos al niño con su madre e hicimos lo que debimos hacer desde el primer día, quemamos el barco. No hay palabras para describiros las diabólicas caras y formas que se dibujaron en las llamas, ni los lamentos y gritos que escuchamos mientras el barco ardía, nada que yo pueda deciros se acerca a esa terrorífica escena.
Era obvio que esa noche iba a ser infernal pues habíamos hecho enfadar a las criaturas quemando su barco y quitándoles al niño, pero pese a que ya lo esperábamos, su maldad nos impresionó. Yo estaba durmiendo en la sala del doctor cuando escuché los pasos en el techo, Vinzent bajó para revisar que yo estuviera bien pero antes de que pudiera decir algo escuchamos el primer estallido y enseguida el calor se hizo presente. Corrimos al segundo piso y vimos cómo ardía la habitación de Vinzent, pronto las llamas se extendieron hasta las escaleras. Tratamos de huir pero un segundo estallido nos alarmó, ahora la cocina ardía también. Debo confesaros que en ese instante preferí morir en los brazos ardientes de las llamas a morir en los fríos y muertos brazos de Sabine, pero el doctor me convenció de luchar para vivir. Así pues, ambos nos colocamos un rosario en el cuello y salimos armados con un simple frasco de agua bendita y nuestras oraciones. Afuera la niebla había ocultado todo e incluso el resplandor del incendio se reducía a una simple mancha borrosa en la blancura de la nube. Aún así, Vinzent y yo caminamos tambaleantes sin saber a dónde ir, no hablábamos para estar atentos a cualquier sonido o señal de la presencia de esos bastardos. Imaginaros a vosotros mismos caminando en la obscuridad de la noche, rodeados por una espesa blancura que huele a muerte, esperando ser asesinado en cualquier minuto. Hubo un momento en el que la nube se hizo más delgada e incluso podíamos ver a través de ella, fue así que distinguimos a Sabine en el tejado de una casa, iba siguiéndonos desde arriba. Busqué a los otros dos vampiros pero sólo logré ubicar a Leonora desde el otro extremo de la calle, sostenía una antorcha y sonreía ampliamente. Sabine descendió de un salto y se acercó lentamente, pero al ver el frasco en manos de Vinzent, permaneció a un metro de nosotros.
-Nosotros también sabemos encender fogatas, Herr Ehler – murmuró antes de trepar al tejado nuevamente.
La risa de Leonora nos sobresaltó y observamos llenos de terror cómo prendía fuego a la casa de los Niemann. Yo corrí a alertar a la familia pero aquella maldita continuaba incendiando las casas vecinas. Vinzent comenzó a gritar a todo pulmón para que todos abandonaran sus hogares y así lo hicieron al sentir el calor del fuego. Os ruego que me disculpen si no quiero dar muchos detalles de lo que pasó enseguida pues aún mis ojos se humedecen al recordar la trágica noche, la más sangrienta y dolorosa en la historia de Rosenzweig.
Cuando la gente hubo salido de sus hogares, entonces esos bastardos atacaron; descendieron las dos vampiresas del tejado y se aferraron a cualquiera que estuviese a su alcance, de un brinco trepaban a los techos de las casas para alimentarse. Nosotros  poco podíamos hacer pues las casas estaban en llamas y nos era imposible trepar hasta donde ellas estaban, nos quedamos llenos de impotencia escuchando los desgarradores gritos y súplicas de las víctimas, sumados a los gritos de pánico de la gente. El doctor les ordenó que se refugiaran en la iglesia y así lo hizo la mayoría, pero segundos después la niebla había regresado más espesa que antes, impidiéndonos a algunos buscar asilo. Corríamos todos como locos, a veces tropezábamos con los cuerpos de nuestros vecinos, otras veces caían sobre nosotros desde el tejado. Os repito que me es difícil relatar lo que vivimos, pues además poco podíamos ver.
Llegamos a rastras a la iglesia el doctor y yo, la gente lloraba y gritaba temerosa de que esos infelices incendiaran el templo pero descubrimos que ni siquiera su cochina niebla podía tocar el suelo sagrado de la iglesia. Nos quedamos tranquilos pero nadie pudo dormir, no sabíamos si regresarían o si estarían afuera esperándonos. Aún así, el doctor y yo nos asomamos y descubrimos que la niebla se había ido pero ahora la nube gris de cenizas permanecía como recordatorio de nuestra desgracia. Salimos en contra de nuestra voluntad a “encargarnos” de los muertos y así lo hicimos, contamos ocho cadáveres entre ellos la joven Susan de tan sólo quince años. Ahí nos dimos cuenta de que la perversión y maldad de los vampiros, no tenía límites.


CAPITULO IX
El último encuentro
El doctor y yo revisamos el lugar donde los habíamos enterrado pero lo único que descubrimos fue la ausencia del ataúd de Catalin. El doctor quiso permanecer un momento ahí donde todo era callado y podía pensar mejor, os confieso que yo me moría de miedo de que vinieran por sorpresa y nos mataran ahí mismo, pero eso no pasó. Regresamos a mi casa, pues la del doctor ahora estaba hecha cenizas, le cedí mi cama a Vinzent y yo me quedé en la sala con la intensión de vigilar pero un sonido conocido llamó mi atención y salí de la casa. Encontré a Sabine trepada a un árbol de mi jardín pero al verme descendió de un salto.
-Estoy molesta contigo, Robert, no has hecho más que decepcionarnos. Y nosotros que pensamos hacerte parte de nuestro aquelarre.
-Prefiero morir – interrumpí y ella rió.
-Y lo harás – murmuró – no has sabido comprender a mi amo, él es un hombre compasivo y generoso. Me enamoré de él en cuanto lo vi, ni siquiera me defendí cuando me mordió. Yo vivía en Budapest cuando lo conocí, lo había sorprendido acechándome en las noches así que no me sorprendí al verlo entrar por mi ventana a media noche, se acercó a mí y me mordió sin decir palabra alguna. No te imaginas el dolor tan delicioso que sentí al tener sus colmillos en mi piel, y enseguida me convertí en esto. Catalin fue generoso al permitirme quedarme a su lado, aunque después trajo a Leonora de Roma, es por eso que accedí a acostarme contigo – dijo riendo.
 -Tu perversión no conoce límites – acusé, lleno de asco.
Me miró con esa mirada encendida suya al mismo tiempo que siseaba.
-Tu final está cerca, Robert Ehler, y ya no te daremos oportunidades, esta vez vas a morir – amenazó.
-Que así sea, pero moriré peleando.
-¿No puedes ver que tu pelea es inútil? Antes de venir aquí hemos conquistado otros lugares, nosotros siempre ganamos. No hay nada que ustedes puedan hacer para vencernos, somos inmortales y ustedes son tan débiles – replicó.
-Entonces no tienen nada que temer, pero les recomiendo que se preparen porque pelearemos hasta el fin.
-Ni siquiera sabes dónde están nuestras tumbas – se burló – nos veremos esta noche, mi amor.
No dije nada y la vi alejarse velozmente entre los árboles del bosque hasta convertirse en un recuerdo nada más, esa fue la última vez que vino a mí. Sé que lo más sano sería alarmarse por la amenaza de la bruja aquella, pero ¿os rendiríais tan fácil? Pues por lo menos yo no, así que puedo aseguraros que en ese momento estuve más seguro de que debía matar a esos desgraciados, ahora lo deseaba más que nunca. Por eso mismo me alegré cuando el doctor me dijo que sospechaba sobre la ubicación de las tumbas de los vampiros. Le pregunté cómo podía saber algo así, pues no quería albergar falsas esperanzas, y me dijo que ellos mismos habían dado pistas sin darse cuenta. Me recordó sobre los esqueletos que encontramos junto al niño, sólo podían haberlos conseguido de nuestro cementerio. Decidimos, después de una larga discusión, ir mientras hubiera luz suficiente, pues en cuanto la noche llegara, poco podríamos hacer para defendernos de ellos. Así pues salimos de inmediato con unas improvisadas armas que hicimos con trozos de madera y escasa agua bendita, tomamos un par de lámparas de aceite y herramientas para escarbar. Las visitas a los cementerios jamás son placenteras, y menos cuando uno debe ejecutar algo tan desagradable como cavar tumbas y asesinar a tres criaturas del infierno. Llegamos pues, a lo más alto de la colina ubicada tras la iglesia del pueblo; el verde pasto brillaba con las gruesas gotas de lluvia que caía silenciosamente, las lápidas de mármol y granito se alzaban orgullosamente como tributo a la muerte. Os digo que no hay panorama más desolado que un cementerio húmedo y silencioso, incluso el cielo parecía siniestro y resonaba con los fuertes relámpagos que nos erizaban la piel. Cada paso que dábamos entre las tumbas nos adentraba en un terrorífico ambiente sombrío que os helaría el corazón, en todo momento estuvimos conscientes de que estábamos en grave peligro y que nuestra vida podría terminar ahí y ahora.
Os confieso que no sabíamos cómo proceder, había numerosas tumbas en las que podrían estar escondidos. Comenzamos por descartar aquellas lápidas con símbolos religiosos, pues obviamente no podían acercarse siquiera, pero aún había demasiadas qué revisar. Había por lo menos cinco criptas de buen tamaño, suficiente para esconder a esas bestias, pero descartamos tres de ellas al encontrar cruces de mármol en la entrada de cada una de ellas. Nos dirigimos al cuarto mausoleo pero retrocedimos al escuchar movimiento, Vinzent y yo nos refugiamos en uno de los mausoleos, rezando para que no vinieran a buscarnos. Esperamos unos minutos y vimos cómo salían las dos brujas de la cripta de cantera; saltaban entre las tumbas sin respeto alguno al camposanto y hacían reverencias burlonas a las cruces de madera que adornaban algunas tumbas. Después de unos minutos las perdimos de vista, se dirigían al pueblo claramente, pero nunca vimos a Catalin. Aprovechamos la ausencia de las vampiresas y nos apresuramos a revisar el mausoleo del que habían salido pero no encontramos el ataúd del vampiro.
Pronto llegó la noche y nosotros seguíamos en medio del cementerio sin saber qué hacer o dónde buscar, estábamos a punto de rendirnos cuando el silencio nos sobresaltó. Alcanzamos a escondernos en una de las criptas y vimos cuando Catalin se levantaba de una de las tumbas; la tierra se removió como por arte de magia y él ascendió como si fuera un ángel. Permaneció unos segundos de pie y abrió los brazos, cerró los ojos en absoluta concentración y enseguida la niebla comenzó a rodearlo. No podíamos creer lo que estábamos viendo pero era real, la niebla venía a él desde Dios sabe dónde y se arremolinaba a su alrededor, ésta fue inundando todo y la blancura nos cegó.
Vosotros tal vez pensáis que era un buen momento para huir y así queríamos hacerlo pero no podíamos renunciar ahora que sabíamos dónde estaba su guarida. El doctor me dio instrucciones y nos estrechamos la mano como símbolo de nuestra alianza, enseguida abrimos las puertas de cristal de la cripta y salimos para sumergirnos por primera vez en la espesa niebla.

CAPITULO X
La batalla final

Nunca podré olvidar ese horrible sentimiento de desolación y dolor que experimenté en la niebla; por algunos instantes me pareció escuchar lamentos y sollozos pero éstos se disolvían instantáneamente. El olor a muerte y a podredumbre era insoportable también, pero nada era comparado con el temor que hacía bailar a mi corazón, sobre todo porque no tenía arma con qué defenderme. Tampoco sabía dónde estaba el doctor pero no me preocupaba, él sobreviviría sin duda pues es un hombre valiente y sobre todo astuto, yo en cambio no estaba seguro de mi propia suerte.
Las vampiras no tardaron en detectarme, Sabine fue la primera en llegar a mi lado pero permaneció distante debido al rosario que sostenía en mis manos.                                Leonora permaneció a unos metros de distancia pero podía ver sus ojos brillosos, me miraban con furia y deseo, deseo de mi sangre. Esperaba que me atacaran pero no lo hicieron, permanecieron inmóviles y calladas observándome, fue una tortura. No fue hasta que distinguí la figura alta y delgada de Catalin, que ambas parecieron volver a la vida, lo escoltaron una en cada lado y se frotaban a él como gatos reclamando atención. Él por su parte, caminó sin mirarlas siquiera y se posó frente a mí con una sonrisa complaciente.
-Bienvenido al infierno, Herr Ehler – saludó el vampiro.
Mi expresión de duda le hizo reír y suspiró.
-Esta niebla que ve a mi alrededor no es simple bruma, está conformada por todas las almas que me he robado, cada vez que convierto a alguien en vampiro, renuncia a su alma y me la cede automáticamente. Todos esos lamentos y llantos que escucha pertenecen a ellos, mis esclavos.
Yo no pude pronunciar palabra alguna, estaba atónito.
-¿A qué ha venido, Herr Ehler? ¿Se ha rendido al fin? – preguntó.
Yo asentí temeroso, no sabía lo que podría resultar de todo esto.
-No será que acaso quiere que lo convierta, ¿o sí? – insistió.
Volví a asentir y los tres rieron.
-Me va a llevar un tiempo confiar en usted, lo primero que le pediré es que arroje esa porquería que lleva en las manos – dijo con voz amable, pero sabía que era una orden.
Miré mi rosario y suspiré implorando a Dios que me protegiera. Lo arrojé a un costado y las vampiresas gritaron extasiadas y divertidas. Catalin mi miró con aprobación pero no se movió.
-Mi sangre es sagrada y no se la doy a cualquiera, las únicas que la poseen son Leonora y Sabine, y ambas han tenido que ganarse mi confianza a través de pequeñas pruebas.
-¿Pruebas? – pregunté.
-Yo tuve que matar a mis padres – comentó Sabine sonriente.
-Yo tuve que suicidarme – explicó Leonora.
Me quedé pasmado con lo que había escuchado y no pude más que asentir, ellos rieron fascinados.
-Yo le pediré que queme la iglesia y que me traiga a todos y cada uno de los habitantes del pueblo – habló Catalin.
Miles de cosas pasaron por mi mente, pero jamás pensé en traicionar a mi gente y mucho menos en profanar la sagrada casa de Dios. Por el contrario, recé para que nuestro plan se ejecutara a la perfección y que saliéramos victoriosos de ésta. Quisiera daros todos los detalles de nuestra batalla, pero sólo puedo hablar por mí y no por el doctor así que os diré sólo lo que pude presenciar.
El fuego llamó inmediatamente la atención de los vampiros y los tres rugieron furiosos al ver lo que pasaba, yo me tiré al piso para alcanzar mi rosario pero Sabine me tomó por los tobillos y me arrastró hasta el origen del fuego. Los gritos infernales de las vampiresas aún resuenan en mis pesadillas, las dos lloraban furiosas al ver su escondite en llamas e incluso se olvidaron de mí por algunos segundos. Catalin contemplaba inmutable el incendio y me miró sin cambiar su expresión solemne. Leonora me levantó con una mano y me elevó por lo menos a un metro de la tierra, quería ahorcarme y lo hubiera hecho de no haber sido por Vinzent. La vampira lo escuchó tras ella y lo encaró rápidamente pero el doctor había sido más rápido y la había herido con la estaca en el vientre. La maldita me dejó caer y miró a Catalin suplicante, no le di tiempo de nada y la empujé a la hoguera donde se desintegró en pocos segundos entre gritos y lamentos horrorosos. Sabine me atacó y alcanzó a rasguñarme con sus garras en el pecho, haciéndome una herida profunda que sangraba consideradamente. Nuevamente el doctor me salvó y la golpeó con una cruz de madera pero no la hirió de gravedad. Luchamos los dos contra esa malvada bruja, ella gritaba desesperada y furiosa porque no lograba matarnos, pero cuando la sometimos entre Vinzent y yo, su rostro se tornó suplicante y humano. Lloraba y nos pedía perdón pero nosotros no cedimos, pronto se dio cuenta de que no tendríamos piedad de ella y comenzó a defenderse otra vez. Tenía una fuerza impresionante y se retorcía como serpiente, además debíamos cuidarnos de sus colmillos y de sus garras,  pero al final Vinzent le clavó la estaca en el corazón. Lágrimas aparecieron en sus ojos y miró a su alrededor buscando a Catalin, nunca sabremos si sus lágrimas eran por el dolor de la herida o por la pena que el abandono de su amado le causó, murió silenciosamente y sus cenizas se esparcieron con el viento que apareció repentinamente.
Vinzent y yo nos abrazamos con alegría después de acabar con esas dos miserables, pero todavía teníamos que enfrentar a su creador, el vampiro más poderoso del mundo. Examinamos con nuestra débil luz cada rincón del cementerio pero no había rastro de él, era como si hubiera desaparecido repentinamente. Nos dimos la vuelta para ir hacia el pueblo, esperando que nos siguiera aquél infeliz, no estábamos seguros de que funcionaría nuestro plan pero quisimos correr el riesgo. No habíamos avanzado mucho cuando un fuerte golpe me hizo caer al suelo, era él.
-No creyó que lo iba a dejar vivir tras matar a mis novias, ¿o sí? – preguntó furioso.
Sus ojos brillaban rojos como los del mismo demonio y rugía como una bestia. El doctor interpuso entre el vampiro y nosotros una cruz de plata, Catalin la tomó y ésta se encendió entre sus dedos; el bastardo gritó de dolor y temblaba al sentir el fuego, pero pronto la cruz se desintegró y recobró la postura.
-Lo subestimamos, Herr Ehler, pero usted me subestimó a mí también. Fui piadoso y generoso con usted, pero es un malagradecido y si hay algo que no soporto es a la gente altanera como usted. Yo no conozco un castigo diferente a la muerte, y ahora es tiempo de que reciba su castigo – amenazó.
En ese momento estaba en manos del destino, faltaban pocos minutos para el alba pero al parecer yo no viviría para verlo. Milagrosamente, cuando Catalin me levantó del suelo con ambas manos, los primeros rayos del sol se dibujaron en el cielo. El vampiro estaba concentrado en mí y no se dio cuenta cuando la luz comenzó a avanzar hacia nosotros. Cuando al fin lo hizo, rugió y me arrojó con todas sus fuerzas contra un mausoleo de mármol, y corrió para refugiarse en su ataúd. Vinzent lo siguió y logró sellar el sarcófago con pedazos de ostia sagrada, enseguida corrió a mi lado y me atendió mis heridas.
No recuerdo nada después de eso, tardé un par de días en recobrar la consciencia y el doctor me explicó que tenía varias costillas rotas y múltiples heridas en mi cuerpo, pero que en pocos meses estaría yo sano. Cuando pude salir de la cama, caminé con lágrimas en los ojos por el muelle; el sol había vuelto y brillaba sobre el infinito mar azul, todo era como antes. Seguro queréis saber lo que pasó con mi gente, pues logramos reconstruir todo en un par de meses, y aunque habíamos sufrido considerables bajas, agradecimos que hubiéramos sobrevivido a algo tan terrorífico. En cuanto al doctor y yo, seguimos siendo grandes amigos e incluso me hizo padrino de bautizo de su primogénito, Benjamin. Yo sigo viviendo en la misma cabaña junto al mar, agradecido de haber recuperado la tranquilidad y de poder seguir viviendo en Rosenzweig.
Yo sé que os carcome la curiosidad por saber lo que fue de aquélla horrible bestia, pues ahora os diré. Seguro recordáis la historia que me relató sobre su linaje y sobre aquél castigo divino que le fue transmitido por sus ancestros, pues después de discutirlo, Vinzent y yo llegamos a la conclusión de que la maldición consistía en que para que el vampiro pueda morir, debe transmitir la maldición a sus descendientes o a la persona que él decida, es por eso que sus ancestros pudieron morir, porque la maldición seguía viva en alguien más. Como él es el último de su familia y no tuvo descendencia, deberá vivir para siempre, por lo tanto no lo podíamos asesinar. Aún así, encontramos la forma de mantenerlo encerrado eternamente; sellamos su ataúd con ostias sagradas para que no pudiera salir nunca y lo arrojamos al mar. Ese fue, el último destino de Catalin Eminescu, amo y señor de los Balcanes.
Ahora os digo que si algún día veis una nube extraña sobre vuestro pueblo, tened cuidado y no pasadla por alto pues podéis correr peligro de vivir una pesadilla como nosotros. Si algún día queréis visitar Rosenzweig, y escuchar la historia de mi propia voz, estáis cordialmente invitado, pronto iremos a altamar al lugar donde arrojamos a la bestia, el pequeño Johan Mannelig siente mucha curiosidad por visitar a aquél demonio que lo secuestró cuando tenía sólo un año. Si os animáis, venid la próxima semana, íbamos a ir antier pero hubo mucha niebla.


Rosenrot






2 comentarios:

  1. Hola!!
    que genial historia
    me gusto mucho y que bien que gano
    esta ves no pude mandar mi historia,
    pero espero que sigas con los consursos
    y que mas gente participe
    saludos
    =)

    ResponderEliminar
  2. Saludos, soy videoproductor,leí tu historia que me envió el profesor Victor Hugo Rivera. Este tipo de historias me gustan mucho. Espero que podamos conocerte y hacer algo con este material u otro tipo de tus historias para llevarlas al cine.

    Geraldo R. Romero
    kayrós Multimedia

    ResponderEliminar